domingo, junio 14, 2015

Impalada 2015: la història d'un viatge inoblidable

PRÓLOGO 
(Y agárrate, que vienen curvas)

Supongo que quienes no escribís de vez en cuando lo ignoráis, pero cuando te enfrentas al "papel" sabiendo que tu crónica la esperan un montón de amigos a los que no podrás devolver nunca las mil gentilezas que tienen siempre contigo, la cosa no resulta sencilla. Y no por el miedo a olvidar a alguien -porque sabes de sobra que estás perdonado de antemano- sino porque es complicado extractar lo mejor de tantas cosas positivas como has vivido en tres días inolvidables.

Así que voy con ello. A sabiendas de que el resultado me dejará insatisfecho, de que tendré la sensación de no haber sabido sacar partido a tanta pequeña historia increíble, y de que -una vez más- mi torpeza me impedirá hacer justicia a situaciones que se me han quedado dentro. Pero supongo que aún peor sería dejarlas sólo para mi. Como nos contaba al final de la Impalada el bueno de Edu Cots, que se plantó hace unos meses en Tokyo con las Impala 2, lo maravilloso de viajar con estas motos, es que te da tiempo a ver el terreno, hablar con la gente, y dejar que el viaje sea un viaje y no sólo un desplazamiento.

Y ahora que me vienen a la memoria las palabras de Edu, no puedo dejar de pensar que, más que probablemente, muchos de los problemas que tiene hoy el maravilloso país que hemos recorrido estos días, se deben a que demasiada gente se desplaza sin viajar, visita los sitios pero no los vive, habla con las gente pero no la escucha ... y sin embargo presta oídos a políticos tramposos que juegan con los sentimientos de todos en su exclusivo beneficio. 

Así que, si me lo permitís, dedico esta crónica a las madres de esos políticos, que debieron quedarse satisfechas al dar a luz a semejantes lumbreras.

Madrid, 11 de Junio de 2015. Arrancamos.

No era la del alba, como en el Quijote, pero sí temprano, cuando me levanté el día 11 con la angustia de si me olvidaba algo, de si el GPS tendría la ruta bien grabada, y -sobre todo- con la pregunta de si las cosas irían como esperábamos. No había tenido demasiado tiempo de planificar, José María también había estado desbordado, y las cosas se hicieron a salto de mata. Justo como nunca se deben hacer para un viaje de este tipo.

Pero la vida profesional lleva un ritmo que rara vez coincide con nuestros sueños, y las semanas con que contábamos para preparar las motos y el material se consumieron entre viajes profesionales imprevistos, y líos personales de todo tipo. De tal modo que sólo la Impala 2 de JM pudo pasar por el taller manchego para ser revisada más o menos a fondo, mientras que a la mía sólo pude cambiarle aceites, y eso gracias a la amabilidad de mi amigo Carlos, que me dejó un rincón en WMmotor para hacerlo el día anterior a la partida.

Tan atropellado fue todo, que ése mismo día anterior JM se fue a comprar cubreguantes por si llovía mucho, y yo me hice con unos guantes de entretiempo en Boutique Motor por si las moscas. Nuestra preocupación (y eso os dará una idea del nivel de despiste) seguía siendo mucho más la de no pasar calor que el temor al agua o el frío.

Pensando un poco en todo ello, cargo la moto y compruebo que el GPS se ve bien con la bolsa Krauser que había comprado un par de semanas atrás ... y que ni siquiera probé sobre la moto antes de salir.


En Madrid, tras una noche de tormenta, había amanecido con calor y yo aún seguía con el agobio de no asarme vivo con la ropa de moto. Así que me puse el softshell del Moto Club Impala sobre la camisa y salí a recoger a JM al almacén de Snacksano. Allí, charlando con mi socio y con Guillermo, decidimos que tal vez sea mejor salir con la ropa de agua puesta, porque parece que pueda haber algo de lluvia. 

Así que terminamos de dejar las motos listas, nos enfundamos en todas las capas del mundo y arrancamos rumbo a lo desconocido. Mirad la foto de abajo para daros cuenta del nivel: mi moto lleva la bolsa sobredepósito protegida por una bolsa de plástico que le mangué a mi mujer (y que me salvó la vida por completo). 


El recorrido lo había hecho en dos ratos perdidos las tardes de antes, y no sin dificultad. El software de Tomtom es una basura indecente, Google Maps no se entiende con él, y el único modo de sobrevivir es usar Tyre, un programa que te permite definir los puntos que debes tocar en el recorrido para luego pasarlos al GPS y montar una ruta. Pero el Tomtom es tan torpe que, una vez volcada la ruta, recalcula con su propio algoritmo el recorrido y genera un nivel de entropía adicional francamente fascinante.

La ruta prevista, según el dibujo original en Tyre, intentaba evitar al máximo autopistas y autovías para llegar a Barcelona en unos 700 kilómetros, pasando la noche en Alcañiz. Alguno de los hitos a recorrer eran: Valdetorres del Jarama (Madrid), Puebla de Beleña, Jadraque, Alcolea del Pinar, Aguilar de Anguita, Canales de Molina, Molina de Aragón y  Castellar de la Muela, (todas en Guadalajara, Castilla La Mancha), Bañón, Gargallo, Calanda y Alcañiz (en Teruel, Aragón), Gandesa, Falset, El Morell, La Pineda de Santa Cristina, (en Tarragona, Cataluña),  Vilafranca del Penedés, Vallirana, Sant Vicenç dels Horts y Barcelona capital. Es decir, que íbamos a visitar cuatro comunidades autónomas, y además pasando por sitios tan exóticos como Teruel o Guadalajara. Otro modo de verlo hubiera sido que las provincias a recorrer se dividían en dos: las que tenían alerta amarilla y las que estaban directamente en alerta naranja por lluvias. 

Pero no lo sabíamos.

Así que arrancamos, comprobando que las Impalas iban a la perfección. Y empezamos a pasar por sitios preciosos, que están sólo a un puñado de kilómetros de Madrid.

¿Alguien conocía el Cubillo de Uceda?



¿Y Jadraque?



Pues nosotros tampoco, la verdad. Y fue un recorrido maravilloso. Con un día nublado y la carretera limpia por las tormentas que habían descargado la noche anterior, pero una temperatura agradable y acorde a la ropa que llevábamos puesta.

Y todo transcurrió "casi" sin novedad hasta Jadraque, donde mi obsoleta cartografía de Tomtom nos metió por dos tramos, de unos cinco kilómetros cada uno, que hubieran hecho las delicias de los participantes en la "Operación Impala" original. O de los dentistas de la localidad, porque se nos cayeron hasta los empastes de las muelas de tanto bache. Una de sus consecuencias podéis verla en la foto:


Mi bombilla delantera destruída, más que fundida. Y no era de las chinas, sino una de fabricación alemana. Sobre la bombilla vuelvo luego, porque nos proporcionó una anécdota divertida.

El caso es que en un delirio del GPS (uno de los pocos, afortunadamente) llegamos a donde no queríamos ir: un cruce con un área de servicio en el kilómetro 103 de la Autovía A2 donde paramos a repostar por primera vez y tomar un café. Allí tomé esta foto, que me hizo gracia:


Pero no sé si fue la causa de nuestra desdicha. Porque fue tomarla y sonar un trueno, que dio la señal de salida para la apertura de las compuertas del cielo. Granizó como si en aquel lugar llevaran años entrenándolo. ¡Qué barbaridad! Así que aprovechamos para hablar con casa, donde nos contaron que la tormenta venía de Madrid y que allí ya había pasado. Y después de hablarlo un rato, tomamos una decisión: una vez pasara el granizo seguíamos la ruta hasta Alcolea de Pinar, pero en lugar de hacerlo por comarcales (otro tramo como el de Jadraque hubiera sido mortal con lluvia) utilizaríamos la A2 como enlace hasta la N-211.

A partir de aquí tengo pocas fotos, porque no era posible tomarlas. De haber intentado sacar el teléfono, éste se hubiera muerto, y yo me hubiera ahogado. Resumo la idea con una imagen que no sé si habéis vivido: la de dos Impalitas siendo adelantadas en la autovía por camiones enormes que las dejaban envueltas por completo en una nube de agua. Agua por doquier. Toneladas de agua. Lo único que nos separó de Noé fue que no teníamos unas tablas a mano, ni parejas de bichos a las que salvar.

Una vez enlazamos la N-211 las cosas fueron a mejor. No en cuanto a clima, pero sí para la circulación. Casi total ausencia de camiones y poco tráfico en general.

Una de las anécdotas del viaje la tuvimos en este tramo, a unos 5 kilómetros de Molina de Aragón. Unos kilómetros antes nos cruzamos con un coche de la Guardia Civil, y me pareció que se habían quedado mirando la moto. "Menos mal que iban al revés", pensé, "porque si no, nos paran fijo". Y al cabo de unos minutos, el mismo coche nos adelanta y veo que el agente que iba a la derecha me mira con mucha atención. Tres kilómetros más adelante me dan el alto ... con tan mala suerte que JM creyó que estaban hablando con una furgoneta parada en el arcén y casi me embiste al frenar (creo que de esta seré capaz de convencerle de que debe cambiar las zapatas delanteras). Así que lo primero que me dice el agente es: "¿se ha dado cuenta de que su compañero casi nos atropella?". Pero gracias a Dios la cosa no siguió por ahí, sino por la pregunta de: "caballero, ¿por qué va usted con la luz apagada?". Le explico que no me había dado cuenta, pero que llevo una lámpara de repuesto que puedo poner. Abro la caja de herramientas de la moto para sacarla, y cojo la Leatherman que llevo entre las herramientas del cinturón. Mientras tanto, el guardia miraba el panorama sin dar crédito a lo que veía: dos cincuentones viajando con motos chicas, bolsas enormes, José María tiritando de frío como un pollo mojado, y yo con mi navaja cambiando la bombilla.

Un cuadro. 

Así que el hombre no se puede reprimir y nos pregunta que dónde íbamos. Tenías que haber visto su cara cuando le respondo con toda la calma que vamos a Barcelona. El agente me mira como si hablara con un marciano, y me dice muy serio: "¿y no tenían ustedes otro día para ir a Barcelona con estas motos, más que hoy que estamos en alerta naranja?". La verdad es que me costó trabajo no reírme, y simplemente le expliqué que la Impalada era el día 13 y que pensábamos dormir en Alcañiz.

Y ahí quedó la cosa. Gracias a Dios no hubo multa, y nos plantamos en Molina sobre las tres de la tarde. Nunca unas lentejas me han sabido más ricas, os doy mi palabra. Y ya que estábamos, nos pudimos quitar la ropa para comprobar que íbamos bastante calados. Especialmente en mi caso, porque el cortavientos impermeable que llevaba por encima del softshell había dejado entrar mucha agua a través del bolsillo del pecho.

Aproveché para ponerme el jersey que llevaba en la bolsa (que salió completamente seco) y durante la comida valoramos nuestras opciones. Estábamos a unos 180 kilómetros de Alcañiz, y seguía lloviendo a cántaros. Y como yo no podía seguir como iba, preguntamos al camarero del Restaurante Alcázar si había algún lugar donde comprar un traje impermeable. Nos recomendó pasar por la cooperativa de agricultores donde, por la asombrosa cantidad de 6,95 euros, me hice con un auténtico impermeable verde de plástico, que me salvó la vida por completo. 

Benditos sean el chino que los fabricó, el manchego que me lo vendió, y el inventor del plástico. Y maldito el diseñador que decidió dejarle una única abertura: la que una mujer nunca usaría, y que me haría llegar a Alcañiz con una única parte de mi anatomía empapada y reducida a un tamaño aún más pequeño de lo habitual. Pero no pienso deciros cuál.

Retomo el hilo, que me pierdo. Estábamos en Molina de Aragón, enfundados en un impermeable verde. Y llovía sin parar. Así que decidimos que no vale la pena esperar y que volvemos a arrancar las motos para llegar a Alcañiz antes de que anochezca. De un tirón nos plantamos en Caminreal, desde donde la N-211 retoma dirección Este hacia Alcañiz. En su gasolinera repostamos de nuevo (hicimos medio viaje obsesionados con la gasolina pese a que las motos siempre anduvieron en poco más de 4 litros a los 100 de promedio) y nos encontramos con un tipo encantador que nos tomó unas fotos, y con un paisano que nos hizo el típico discurso de "Yo tuve una moto como éstas".



Claramente, el buen hombre estaba inmunizado frente al frío pelón que debe hacer en la zona, lo que explica que sólo con su boina se mantuviera caliente en las condiciones que ofrecía el día.


A todo esto, el aceite Castrol R1 que JM transportaba en un recipiente medidor, había escogido la libertad y se desparramaba con liberalidad por la bolsa en que (menos mal) había metido el medidor.

Pecata minuta para la que teníamos encima, con lo que no le prestamos atención y decidimos plantarnos en Alcañiz en un tirón, dado que estábamos a poco menos de 130 kilómetros del hotel donde haríamos noche.

¡Venga kilómetros, y venga agua! Ni un segundo de tregua entre Molina y Alcañiz. De modo que los prudentes 75-80 kilómetros por hora de crucero se empezaron a convertir en los 90 sostenidos de los últimos 40 kilómetros. Y hablo de 90 de GPS, en dos Impalas cargadas para viaje. Y las motos sin un mal amago de problemas. Sólo mi velocímetro se fue a la porra y partió la aguja a base de intentar marcar velocidades estratosféricas. Pero fue una anécdota. 

No sé si lo habréis vivido una sensación similar. Y si no es así, tal vez alguno de vosotros piense que estoy como las maracas de Machín. Pero cuando llevas siete horas bajo el Diluvio Universal y la Impalita no se detiene ni da síntomas de fatiga, empiezan a importarte un pito la lluvia y el frío, y lo que piensas es "¿y cómo voy a fallarle yo a esta moto?".

Y llegamos a Alcañiz. Primer objetivo cumplido. Ahora se trataba de localizar a Jose o Tere en el Hotel el Trillero y presentarnos como amiguetes de los morinistas del foro de La Maneta. A partir de aquí, lo que os cuente de su amabilidad es poco. Nos cedieron el local de su planta baja para que dejáramos las motos y la ropa de agua para secar. Podéis haceros una idea del cuadro en la foto:


... todo lo que veis colgado en percha que nos prestó Tere es ropa que debía secarse para la mañana siguiente. Pero hubo cosas que estaban incluso peor. Mirad mi softshell o las motos al cabo de un rato de llegar:


Por la noche conocimos a su hermano Jose. Motero de pro que viaja con su mujer a lomos de la Harley con la horquilla más larga que podáis imaginar. Divertida su presentación: "acabo de ver vuestras motos. Lo de los morinistas es para pegarles, pero ... ¡lo vuestro es peor!" Un encanto de persona que no nos pudo tratar mejor. Fijaos qué curioso el grifo de cerveza que tienen en el bar:


¡Un motor de Harley con el que hizo muchos kilómetros ... hasta que murió y lo sustituyó por otro!


Alcañiz, 12 de Junio de 2015. Hacia Barcelona.

Después de destrozar la cama, y viendo que el día era magnífico, decidimos preguntar a Jose por un taller de confianza donde pudieran revisarme una vibración que tenía mi moto al frenar de delante. Era algo que debí haber mirado antes de salir porque no era nuevo, pero, como os comenté al principio, no nos dio tiempo a llevar las motos a la Mancha. Y con los kilómetros fue a más.

Así que, recomendados por Jose, nos alargamos al taller de su amigo Carlos. Un crack de persona, y propietario de "Motos Camaral", donde nos ayudó a poner mi moto en orden. Resultó que no era la dirección sino los cojinetes de la rueda delantera. Debían estar ya castigados, y los kilómetros de Jadraque los reventaron del todo:




El trabajo de Carlos fue rápido y preciso, y su trato personal impecable. No sé si es mejor persona o mejor mecánico, pero conoce estas motos y tiene sensibilidad al tocarlas. Una suerte haber tropezado con él.

Terminada la reparación, recogimos el equipaje, y en mitad de un día luminoso abandonamos Alcañiz con la sensación de que debemos volver algún día a dar un repaso a una ciudad que -en lo poco que pudimos ver- tiene un aspecto magnífico.

La ruta entre Alcañiz y Gandesa la hicimos siguiendo la N-232 hasta cerca del Valdealgorfa, donde nos cambiamos a la N-420, disfrutando de paisajes como el que podéis ver aquí:


Pero es que, pasando Gandesa también hay lugares que te cortan la respiración de puro bonitos, como este otro, cerca de Pradell de la Teixeta:


Palabra de honor que sólo por rodar estos tramos ya habría merecido la pena el esfuerzo. Pero aún nos quedaba mucho por ver, como os contaré más adelante. De momento, estábamos a 90 kilómetros de Barcelona, y con pocas ganas de que se acabara el viaje.

Incluso en nuestra última parada, casi en mitad de ninguna parte, tuvimos anécdota curiosa: un antiguo propietario de Metralla que nos pregunta de donde venimos, y al escuchar la historia nos dice: "la verdad es que mi GTS iba como un tiro por estas carreteras comarcales, pero para viajar no había nada como una Impala". Y os doy mi palabra de que no estoy escribiendo nada que no escuchara, y sin provocación por mi parte.

En un rato más, llegamos al objetivo ...


... unas estupendas bebidas frías para olvidar el calor que pasamos en el atasco de entrada a la Diagonal.

El resto del día os lo podéis imaginar: nos dimos una ducha en el apartamento que alquilamos con Airbnb, pasamos a inscribirnos para la salida del día siguiente, tomamos una cerveza con los (muchos) amigos que pasaron por allí (incluyendo al bueno de "Duyamon" de la Maneta) y terminamos cenando en el Born con los amigos del Moto Club Impala.

A la vuelta de la cena, repostaje de las motos, dejarlo todo en orden para madrugar al día siguiente, quedar con Nacho y Fernando en la puerta de casa a las 8 de la mañana para llegar juntos a Montjuic, un pis y a la cama.

... continuará en la segunda parte. 

8 comentarios:

  1. Es curioso cómo se revive el viaje desde los ojos y las sensaciones de otra persona. Lo de la G.C. me sigue intrigando, ¿de verdad parecía que iba colado? porque yo no tengo esa sensación en absoluto y, al fin y al cabo, era yo el que conducía.

    Deseando leer la segunda parte.

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    1. Pues ... debías haber visto la cara del guardia. Sí que parecía que ibas a tu bola. Y la sensación no mejoraba al verte bajar de la moto dando tiritones como si fuera a darte un ataque epiléptico. :-)
      La conclusión es simple: prueba mi moto y entenderás dos cosas por el precio de una: por qué no me da miedo entrar en las curvas a velocidades que no te resultan cómodas, y por qué es necesario cambiar las zapatas de freno cada década al menos. Se trata de que poder parar la moto es importante. :-)))

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  2. Yo siempre he pensado que en temas de moto, siempre dedicamos más tiempo al "antes" y al "después" que al "durante", pero en este caso vosotros habeis roto todas las estadísticas. Lo de la Impalada ha sido el epílogo de la verdadera aventura, como han reconocido en el Moto Club Impala al entregaros a Jose Mª y a tí esos trofeos que llevan el sello de alguien que está en todas partes (¿tendrá un teletransportador?) cuyo nombre empieza y acaba con la misma letra, y que nos rescató en Barcelona del "sabiondo" del día.
    El mejor fijador de recuerdos que conozco son las emociones, así que creo que los de esta Impalada nunca se os borrarán.
    Gracias por haber venido, siempre es una alegría para todos veros por Bcn.

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    1. Dios mío, Fernando ... ¡gracias a vosotros! Esto no tendría ningún sentido si no fuera por lo que íbamos a encontrarnos en destino.
      Como decía John Lennon, la vida es todo eso que nos pasa mientras creemos estar yendo hacia alguna parte. Y las Impaladas son un modo perfecto de tomar conciencia de ello. Y de compartirlo con quienes has querido que formen parte de tu vida. ¿Se puede pedir más?
      Pues por eso somos nosotros quienes debemos dar gracias, querido. Ahora sólo te falta dar un paso más ... y completar el año que viene el recorrido completo. ¿Nos vemos en Montjuic?

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  3. ¡Buenissima historia de motociclismo clásico en estado puro! ¡Que envidia sana y lo que he disfrutado leyendo esta gesta! Yo quero una Impala...

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    1. Gracias, Nacho!
      Ya estabas tardando en llegar a esa conclusión. :-)
      Como dijo una vez Joan Cañellas, hay tres motos que todo montesista debe tener: una Impala, una 247 y una King Scorpion. Y te aseguro que la Impala es la que más satisfacciones te dará. Por algo es el origen de todas las demás.

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  4. Buen artículo Julián y vaya aventuras

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    1. Un viaje fantástico, Víctor. Para repetirlo, sin duda. Y con vuelta en moto!

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Como diría Juan Ramón Jiménez, mi troll es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

Probablemente no tiene huesos y por eso insulta bajo seudónimo. Pero además de cobarde es tan coñazo que he decidido que sólo me moleste a mi. De tal modo que a partir de ahora me quedo con la exclusiva de leer sus bobadas. Disculpadme el resto que os haga pasar por la "moderación" de vuestros comentarios.