domingo, septiembre 12, 2010

Una nariz untada en la Mancha

Día especial hoy, porque pocas veces se tiene la oportunidad de llevarse a un buen amigo al que le haga ilusión aprender a montar en moto. Me refiero a uno absolutamente virgen al 100%. Alguien que ha montado en bici, pero no demasiado, y de pequeño. Aunque con verdaderas ganas de probar a ver qué se siente con esas cosas tan raras que hacemos los trialeros en el campo.

Pues bien, hoy ha sido uno de esos días. Un muy buen amigo se ha venido conmigo a la Mancha dispuesto a hacer sus primeras armas con una trialera. Palabra que pocas veces he visto caras con tanta ilusión al subirse a una Cota por primera vez ... dudo que a mi me brillaran los ojos del modo que lo hacían los suyos esta mañana al verse -por fin- subido en una moto roja. Debía ser la emoción de verse a pocos minutos de salir al campo a darse un paseo en un día claro y con una temperatura ideal. La prueba (lástima que la cara no se vea mucho) está en el vídeo de abajo: disfrutando como un niño con zapatos nuevos.



Como se puede observar, le dejé la Cota 330 que usa mi hijo a veces, porque me pareció que era la moto más suave entre las que tengo en casa. Tal vez las 247 sean algo más ligeras, pero el tacto general de los mandos es mejor en la 330, de largo y con diferencia. Así que le puse mi casco y mis botas antiguas, le presté unos guantes y el pantalón de mi hijo, y le puse a dar vueltas al corral hasta que se soltó mínimamente.

La cosa no empezó mal, porque lo que es arrancarla, lo consiguió con razonable rapidez. Todo un mérito para ser la primera moto que arrancaba en su vida; un perolo de 330 centímetros cúbicos no es un asunto trivial para ser movido por un novato que ni siquiera sabía qué significaba "buscar la compresión" cuando el supuesto profesor (es decir, mi menda) le daba instrucciones. El caso es que sobresaliente en este apartado.

Lo que ya no resultó tan fino es el tema "tacto de embrague", dado que la primera salida se verificó con un caballito casi perfectamente enfilado a la pared más dura del corral. Afortunadamente, Dios protege a las almas cándidas y la cosa no llegó a mayores. Eso sí, el pobre de Ricardo estuvo a punto de acabar con los brazos como Maguila el Gorila, porque conducir una 330 a golpes de gas en primera velocidad te tira de los brazos como pocas cosas, y eso es lo que estuvo haciendo durante un buen rato. Cuando le convencí de que la moto tenía otras marchas y resultaba menos brusca en ellas, salimos por fin rumbo a la ilimitada estepa castellana.

Y como un campeón, debo decir. Salimos del pueblo sin cobrarnos a ninguna anciana, ni atropellar ninguna gallina, ni subirnos a ningún remolque lleno de uvas. Trabajo limpio y profesional. Y de allí nos fuimos a una recta bastante larga de tierra donde pudiera aprender a manejar el cambio. Ya sé que una recta plana no es el lugar ideal para una trialera, pero recordad que la similitud de mi amigo con Albert Juvanteny termina en la barba negra. Todo lo demás es pura coincidencia.

Y todo ha ido bastante bien al principio: mi amigo ha estado recta arriba y recta abajo mientras yo "hacía el pino puente" con mi moto, según sus palabras. Tan bien iba la cosa, que durante un rato, por iniciativa propia, decidió ponerse de pie en los estribos para probar a conducir en una posición más propia de una moto de este tipo. Segunda marcha engranada, y ningún problema. El problema vino luego. Cuando íbamos juntos hacia otro lugar y ha decidido volver a intentarlo en cuarta marcha. No he visto la escena porque iba delante. Solo sé que de pronto no lo he visto al volverme a mirar, que he parado la moto, y que al mirarlo con más atención, me he encontrado con una escena de dibujos animados: a 200 metros por detrás de mi posición, y sobre un mar de hierba, veo una rueda de Cota 330 vuelta hacia el cielo y girando.

Me he pegado un susto horroroso, me he dado la vuelta y al llegar a su posición me he encontrado a mi amigo sentado en una zanja paralela al camino de tierra, con la cara como un santo Cristo, y la moto en un terraplén por encima de él, completamente boca abajo y tirando gasolina. Afortunadamente llevaba un par de botellas de agua con las que hemos podido lavar la sangre para darnos cuenta de que no había ninguna herida profunda, sino sólo un raspón en la parte superior de la nariz, justo por debajo del entrecejo. Lo que no me explico es cómo ha sido, porque la visera del casco debía haberle protegido antes de tocar la cara ... la única explicación es que haya dado con una piedra.

Menos mal que la cosa ha quedado en un susto y se ha resuelto con una buena dosis de ibuprofeno y paracetamol. Lo mejor de todo es que ¡¡quiere repetir!! Y conociéndolo, estoy seguro de que ha disfrutado.

¡¡Enhorabuena, Ricardo!!