Recién vuelto a Madrid, y a poco más de 24 horas de ponerme a trabajar, me queda un rato para ordenar algunas fotos que me ayuden a no perder el recuerdo de estas vacaciones. Que hace dos días cumplí 51 años y va siendo hora de guardar los buenos ratos para alimentar de felicidad lo que Dios nos tenga reservado para el futuro.
Y probablemente, uno de los mejores de este verano haya sido que la Impala 2 nos acompañó a Chiclana. Un detalle menor comparado a que mis hijos lo aprobaron casi todo (excepto la dichosa Contabilidad del segundo), que mi mujer vino con la mejor voluntad del mundo, que mi madre sigue con buena salud, o que Bolonia sigue siendo un sitio perfecto para pasear con los amigos ... pero todo un detalle en cualquier caso.
Es la primera vez que llevo una moto para mi a Cádiz en muchos años. Si la cabeza no se me va, desde que a los 25 ó 26 pasé un verano con la Le Mans III y la que entonces era mi novia y hoy me tiene en plantilla. Pero como mi hijo quería volverse a llevar la Hondita (se ve que le ha cogido el gusto a caerse cerca del mar, porque este año ha repetido), aproveché el remolque y subí la Impala con su ITV recién pasada ... consciente de que me la estaba jugando porque la moto no había tenido tiempo de soltarse tras tantos años parada.
¿Verdad que quedaba preciosa en el jardín? Ni siquiera la mala calidad de la cámara del teléfono hará que me olvide de lo que era desayunar viendo la moto al lado de la puerta de casa, que es la segunda de las tomas que os pongo.
Los primeros días todo fue bien, hasta que en un momento indeterminado, la moto empezó a quedarse acelerada aleatoriamente. Y ello con total independencia de lo que hiciera intentando regular el carburador. Además, mis posibilidades de hacer cosas no eran muy abundantes porque sólo me había llevado las herramientas originales de la moto, una multiherramienta SwissTool y una cajita Facom que me ha sacado de muchos apuros ... pero nada de repuesto. Así que decidí coger la moto y presentarme en la tienda de "El Gordito JR", que llevaba viendo desde que era pequeño (cumplir 51 hace posible veranear en Chiclana desde hace 45 años) ... pero en la que no había entrado nunca. Imaginaba que los dueños debían ser moteros al 100% porque aún tengo en la memoria la impresionante Japauto naranja que tenían en los años 70.
El caso es que entré en la tienda y tuve la suerte de dar con Manolo, el dueño del negocio, que había oído la Impala y que me ofreció que su mecánico mirase la moto sobre la marcha. Lamento no recordar su nombre, pero el mecánico cogió la moto, la probó y su conclusión fue ... ¡que iba mejor que su Bultaco Mercurio! Casi me parto de risa allí mismo pensando en la cara que hubieran puesto algunos de mis amigos bultaquistas.
Como en el momento no daba fallos y el mecánico tenía mucha faena, Manolo me ofreció que yo mismo usara sus instalaciones para desmontar la moto y buscar el problema. Así lo hice para descubrir que, al cabo de 32 años de ser instalado, el cable de acelerador había perdido un pelo que se enganchaba aleatoriamente en la funda. Así que el problema estuvo resuelto con algo así como un par de euros en cable, funda y prisionero que me vendieron allí mismo e instalé en un rato.
Y a partir de ahí fin del problema con la carburación, tardes preciosas yendo con las motos al poblado de Sancti Petri a sacar la neumática parra pasear un rato ... y ratos de charlas con la gente mayor que veía la Impala y te contaba que "yo tuve una como ésa". Una constante en Chiclana, donde he encontrado más montesistas por metro cuadrado que en la propia Barcelona.
Así de bien iba la vida cuando nos plantamos en el 15 de Agosto en que mi mujer me manda a comprar un par de cosas que necesitaba para la comida. Me echo la mochila a la espalda y pongo rumbo a la carretera de la Barrosa para acercarme al supermercado cuando, de repente, la Impala hace amago de pararse con síntomas de falta de gasolina. Cambio a reserva sobre la marcha, anda unos cientos de metros más y se corta definitivamente. Por suerte lo hace a unos cientos de metros de la gasolinera Cepsa a la que llego empujando, mientras pensaba que el consumo de la moto era mucho más alto de lo que recordaba de mi Impala Turismo. Paro en la gasolinera y pongo diez litros, que casi no caben, con lo que aumenta mi mosqueo porque según mis cuentas debían quedar al menos un par de litros en el depósito cuando la moto dejó de andar.
Pero como tenía un encargo pendiente y ya iba tarde, opto por no pensar mucho y seguir hasta el supermercado, donde llego sin novedad. Pero hecha la compra, y de nuevo cerca de la gasolinera, la moto se me vuelve a parar con síntomas idénticos a los anteriores: la gasolina no está llegando al motor. Así que empujo un poco más (apenas 100 metros esta vez) y llego a la sombra con la que Cepsa protege la mollera de sus clientes, para comprobar que del depósito no cae una sola gota de gasolina, ponga el grifo en la posición que lo ponga.
Así que me encuentro a las 2 de la tarde, con una moto parada en víspera de puente y un depósito a rebosar, de donde tenía que sacar un grifo de gasolina para comprobarlo. Una ecuación complicada. Pero como Dios protege a los imbéciles, recordé que en casa teníamos un bidón de 35 litros para el barco, y pedí a mi mujer que me lo acercara con el coche. Y mientras tanto, me puse a ver qué daban de sí las herramientas de la moto, de modo que cuando llegaron ella y mi hijo, el depósito estaba desmontado a la espera de poder vaciarlo. Pero ahí había otro problema: en la gasolinera no tenían un embudo que pudieran prestarnos o vendernos, y vaciar doce o trece litros de mezcla por el tapón (recordad que el grifo estaba obstruido) hubiera sido peligrosísimo.
Pero seguro que para todos vosotros es sabido que la necesidad es la madre de toda buena chapuza, que fue lo que finalmente hicimos: al ver que tenían unos conos de goma para señalizar, pusimos uno boca abajo y nos hizo el apaño, tal como muestra la foto:
La historia termina en El Gordito de nuevo. Único sitio donde fue posible encontrar un grifo del paso de rosca de la Impala 2. O mejor dicho, dos grifos. Porque el que tenía el paso correcto correspondía a un ciclomotor Derbi y llevaba una llave de mando plástica redonda y enorme, que no pegaba para nada en la moto. Así que compré otro con un cuerpo de distinto paso -pero con el grifo correcto- e hicimos un injerto entre ambos, que es con el que la moto va funcionando ahora.
Es decir, que la buena de la Impala no sólo me ha dado momentos de alegría este Agosto, sino también ratos de entretenimiento sano. Eso sí, no sé qué piensa mi hijo en el fondo de todo esto. Cuando tu vida motorista empieza a los 16 con un botón de arranque en una Honda, debe ser complicado entenderlo.
Muy buena historia, Julian, como siempre. ¡Ja, ja! Me parto de risa con lo de la Mercurio.
ResponderEliminarPor cierto, ¿fuiste a Chiclana montado en la Impala o con el remolque?.
Lo de la Mercurio me dejó bizco, palabra. Me harté de reír. :-)
EliminarLa Impala vino en el remolque, claro. Si le digo a mi mujer que lleve ella el coche porque yo me voy en moto, salgo de plantilla rápidamente.