Empiezo esta crónica pasada la medianoche que nos llevará al Lunes 20 de Junio. Pronto habrán pasado 48 horas de que sonaba el despertador para arrancar con mi primera Impalada, y sigo sin tener claro cómo meterle mano a esta experiencia.
Esta mañana, mientras desayunaba frente al mercado del Born en Barcelona, recibí un cariñoso correo de Pep Itchart con el que me adjuntaba una foto en la que sonrío mientras su hijo me fotografía a los mandos de su preciosa King Scorpion. Esta tarde, en la última comprobación de correo antes de despegar del Prat, dos correos más y varias fotos. Jaume y Nacho también me mandan la parte de la historia que viví con ellos y me dicen que esperan leer estas líneas.
Dos párrafos y van ya tres amigos. Tres amigos, varias fotos, y un montón de momentos a los que me temo que no sacaré el jugo literario que merecen. En el fondo, días como el que intentaré contaros me dejan claro que no soy más que un pobre juntaletras que tiene la suerte de haber dado con todos vosotros. Lo que hace diferente la historia de hoy es el miedo a no saber devolveros un poco del montón de felicidad que me habéis proporcionado en estos días en vuestra tierra.
Pero os la debo, así que allá vamos.
Primera foto: la Pedrera con mi mujer. Hecha por mi hija Myriam, mientras disfrutaba de nuevo de Gaudí esta tarde de Domingo. Debí haber empezado el relato con una foto de la mañana en la Sagrada Familia, pero ninguna de las que tomé me trasmitía la emoción que me produjo entrar al templo por la puerta de la Expiración y verlo en su estado actual. No sé qué habrá pensado la guía, pero se me cayeron dos lagrimones como a un niño pequeño.
Empiezo con ella porque creo que nunca había traído al blog una foto de mi mujer, cuando ella es realmente la que hace posible que os cuente esos disparates con los que Ramón se ríe pensando que "estoy enganchado". Y además está hecha en uno de los lugares que forman parte de una Barcelona a la que amo profundamente; la Barcelona de la Sagrada Familia, de la casa Batlló, de la Barceloneta, del parque de Montjuich, del Paseo de Gracia, del Barrio Gótico, de Santa María del Mar, del arroz a banda de Casa Julio. La Barcelona de Pep, de Jaume, de Fernando, de Ramón, de Eugeni, de Arnau, de Pim, del otro Jaume y de tanta otra gente que forma parte de un paisaje donde siempre me siento como en casa. La Barcelona que mi mujer ama conmigo y que mi hija ha empezado a entender y a hacer suya este fin de semana.
Siete y diez de la mañana. Paseo del Born, frente al mercado. Pep ha ido a por su Texas mientras, rodeado por una ciudad dormida, miro la moto con la que compartiré el día. Sensaciones complicadas de volcar a un papel; estoy de vuelta en mi infancia, cuando vi por primera vez esa moto con mi tío Luís a los mandos. Pero también tengo dieciocho y la moto es mía.
Aunque no olvido aún que es de Pep, una persona cuidadosa y que adora sus Montesas. No es sólo agradecimiento por la oportunidad de estar aquí hoy. Hay también una tremenda sensación de responsabilidad. Y dudas. ¿Y si me voy al suelo? Me estoy poniendo histérico sólo de pensarlo.
Miro el parcial mientras intento familiarizarme con los mandos antes de que vuelva Pep, que ha ido a por la Texas. Necesito hacerlo porque confieso que mi King no ha hecho ni diez kilómetros desde que la arreglé, y necesito refrescar sensaciones que pertenecen a un pasado que se remonta veinte años atrás. Se supone que en un par de horas voy a estar a los mandos de esta belleza en mitad de paisajes cuyos nombres son leyenda absoluta entre los moteros de la región más motera de España. Sé que esto no va de demostrar nada a nadie, pero ... ¿os imagináis cantar un villancico en la Scala de Milan? ¿Y hacerlo mientras Pavarotti te mira?
Pues así se sentía el autor de este dislate cuando repasaba mentalmente nombres como Collformic, el Parque del Monseny, Seva ...
Tan metido estaba en mi agobio, que empecé la jornada con una primera demostración de conocimiento y soltura al arrancar la moto. Una patada con cara de "esto lo hago yo todas las mañanas" y ... nada. Dos y nada. Carburador cebado, y la King sigue muerta. Menos mal que Pep me dijo con suavidad aquello de "yo tampoco me acuerdo nunca de poner la llave". Espero que pensara que el color de mi cara era un homenaje más a la marca, como mi chaqueta o mis guantes.
En fin, que arrancada la King, empezamos a movernos por Barcelona. El motor es tan suave como recordaba. Tres primeras marchas bastante cortitas y que metes como en una trialera, una cuarta algo más larga y una quinta bastante descolgada que te permite cruceros razonables sin pasar la moto de vueltas. No mucha potencia en altas, pero buscas la sexta en ocasiones. Dije por algún lado que la distribución de este cilindro me parece calcada a la de las 247 y sigo pensando lo mismo. Algún día los mediré.
La cabra tira al monte y ya me estoy yendo a la mecánica. Reenfoco el objetivo y sigo con la crónica. La foto de abajo está tomada por el hijo de Pep desde su Texas 250. Una moto que suena a Impala vitaminada y que tiene pinta de andar como un tiro.
Con una parada previa en una gasolinera, donde hice alguna foto que no incluyo por no salirme de la línea central de la historia, llegamos al restaurante Mas Corts en Sant Frost de Campsentelles, desde donde se daría la salida al recorrido previsto. Como Nacho Bartlett ya andaba por allí, aparcamos las motos juntas, y la foto tiene poco desperdicio: una King Scorpion de segunda serie flanqueada por la Texas 175 de Nacho y la 250 de Pep. Probablemente, tres de las Montesas más exclusivas, en perfecto estado de revista y preparadas para irse de excursión. De no ser por mi casco moderno, la imagen podría estar tomada en la época del nacimiento de estas tres princesas.
En Mas Corts nos reunimos con Eugeni Tiana (amigo virtual hasta ese día y propietario de una preciosa King) y Fernando Piris. Eugeni, con quien rodamos luego un buen rato, me trajo un regalo del que luego hablaré, y Fernando se acercó sólo para saludar porque no habían podido poner a punto la Impala 175 en que pensaba haber venido. Una auténtica lástima porque el Piris es ese tipo de persona con la que siempre tienes una conversación pendiente. Y no necesariamente de motos; un ser humano de tal categoría personal que casi llegas a olvidarte de que sea bultaquista. Si no digo la estupidez reviento, pero ver a Fernando fue una de las alegrías del día, y daría algo porque esa Impala esté por la labor el año que viene. Que sé de más de uno que ya está buscando montura para 2.012 ... sin necesidad de leer crónicas. Ese uno del que hablo resultó ser uno de los personajes más populares del imaginario colectivo como propietario y cosufridor de un aparato mítico para muchos de los asistentes: la genuina Cota 247 Cojones Grandes por la que todos preguntaban con verdadero interés. En la foto, Eugeni, un impalero cuya filiación desconozco, servidor y Fernando.
Más fotos: Fernando, servidor, y Nacho:
Entre saludos a unos y a otros nos inscribimos y pudimos ver al bueno de Jaume Domínguez que andaba liado con las inscripciones, la entrega de acreditaciones y todo el jaleo administrativo que los compañeros del Moto Club Impala (digo orgullosamente compañeros porque, aunque sea el último mono, ya soy el socio nº 190) gestionaron con una eficacia maravillosa. Mientras tanto, el parque cerrado crecía y crecía, tal como puede verse en la foto. Auténtica marea roja.
Y aquí me fui a la cama a la una y media de la madrugada. Son las siete y cuarto del lunes y me acabo de levantar habiendo repasado en sueños todo el fin de semana una vez más. Continuo con mi historieta. Como Pep iba de organizador y tenía que estar en mil sitios a la vez (algún día sabré cómo hace para multiplicarse y mantener una calma que traslada allá por donde pasa), quedamos en salir juntos el señor Barlett y yo. Y creo que fue una elección perfecta. Nacho no sólo conocía bien el recorrido, sino que monta en moto estupendamente, y sin abandonar nunca el sentido común. Fue un auténtico placer seguirle por la primera parte de la excursión, aprender de sus trazadas y admirar lo bien que va esa Texas con sus 175 centímetros cúbicos. Sé que no es una comparación muy ortodoxa, pero cuando luego pude probarla durante unos kilómetros, me recordó mucho al concepto de mi BMW R1200GS: una moto de manillar alta, pero muy ágil y con una estabilidad estupenda. Disfruté con ella en las curvas ... sin ser consciente de que monta atrás un neumático de trial ... pero es que venía de muy atrás viendo a Nacho trazar sin miedos de ningún tipo, y no lo pensé dos veces.
El recorrido, una verdadera maravilla. Soy perfectamente incapaz de contarlo con detalles geográficos precisos porque no me son familiares casi ninguna de las poblaciones que atravesamos, ni la cabeza me da para poner en orden tantísimos kilómetros. Pero sí sé que es el paseo más bonito que haya hecho en mi vida a bordo de una moto. Prácticamente todos los tramos fueron de los que te hacen desear parar cada dos kilómetros a coger la cámara de fotos y dispararle a todo lo que tenías alrededor: las motos, las personas, el paisaje ... toda una mezcla de elementos que contribuyeron a una experiencia impresionante.
Pero paramos poco. Primera razón para que haya hecho pocas fotos. La segunda fue que en cada parada había gente encantadora que se acercaba a charlar un rato conmigo. Algunos, compañeros de La Maneta; otros, procedentes del foro online de Nacho. Daba igual la procedencia: todos con una sonrisa y una palabra amable en la boca. Muchos de ellos, gente interesante con la que hubiera deseado pararme mucho más de lo que pude. La foto de abajo, hecha en pleno Montseny, recoge a dos de ellos: a la izquierda José Antonio (acervo en la vida online), a la derecha, Jaume (JaumeDNA en el ciberespacio). Con ellos estuve un rato agradabilísimo en el tramo final de la Impalada.
Antes de esa foto, habíamos parado a repostar en Tona, otro de los escenarios que forman parte de mi vida, y donde aparecemos todos los 12 de Octubre que podemos para compartir la Montesa-da, que es como a Pim le gusta escribirlo.
En el Montseny pasaron algunas cosillas destacables que sí recuerdo. Apareció Davidbf, un manetero de los de siempre al que me hizo ilusión saludar. Puse mal la pata de cabra de la King, que se fue al suelo con alguna consecuencia que no supe ver en el momento. Y por si fuera poco, Jaume me dijo que le apetecía rodar conmigo ése tramo. Jaume, para quien no lo sepa, es montesista por parte de padre. Su padre trabajó en Montesa toda la vida, y de aquella fábrica salió para él la Impala 2 que Jaime heredó ... y de la que afirma no saber qué tiene en el motor. Y yo no sé qué tendrá, pero lo que sí sé es que fui tras él unos pocos de kilómetros en algunos de los tramos más retorcidos e incluso algunos kilómetros de autovía. En unos me costó trabajo seguirlo porque Jaume monta en moto como los ángeles. En otros, mi 250 daba para seguirlo, pero a costa de abrir el gas mucho más de lo esperable con la teórica diferencia de potencial que había entre los dos motores. El día que abra el motor, quiero fotos.
La foto de abajo me la envía Jaume, y se le ve con su Impala 2 carenada conmigo al fondo. Juraría que en los alrededores de Granollers, pero no estoy seguro. De lo que sí estoy seguro es de que el rato que rodamos juntos fue toda una experiencia. Hubo momentos largos en que me olvidé por completo de que la moto fuera de Pep, de que ya no tengo veinte años, de que el cambio estaba a la derecha y de todo aquello que una persona sensata hubiera tenido en cuenta. Me limité a sentir. La King y yo éramos una misma cosa, y la carretera poco más que una excusa para fundirme con ella. Jaume iba delante marcando un recorrido que conocía bien, y cada vez que él tumbaba, frenaba o levantaba la moto, mi propia Montesa seguía sus movimientos con una fluidez que nunca me habría creído capaz de imprimirle.
Nacho, que venía detrás, me vio pisar dos líneas continuas y decidió que mejor nos reuníamos en la comida. Y yo seguí a Jaume olvidándome de dos cosas que luego me dieron la lata un rato. Por un lado, la correa del casco se había aflojado y el viento lo levantaba incómodamente por la visera en los tramos rápidos. Por otro, la maneta de freno se había quedado floja con la caída en el parking del Montseny, y se movía arriba y abajo haciendo extraña la operación de frenar. Menos mal que, un rato después Eugeni me prestó un destornillador mientras charlábamos con Keus, otro manetero de pro que se acercó a un reagrupamiento a saludar amigos.
Desde allí pusimos rumbo de nuevo al restaurante Mas Corts, donde esperaba otro rato para recordar, aunque ya no fuera a bordo de una moto. Porque la mesa en que comimos era un lujo asiático de nuevo. El bueno de Ramón Valls se había acercado a comer con nosotros, y lo tuve a mi izquierda todo el tiempo, partiéndose de risa a mi costa. A Ramón lo conocéis porque es parte importante de estas páginas (es el punto de unión de muchos de nosotros) y de mi vida. Un tipo verdaderamente especial, que nos ha arreglado mil problemas a todos, siempre con una sonrisa burlona en la cara. Todo un detalle por su parte haberse venido, sólo para sentarse con Nacho, con Pep Itchart, con Pep Russinyol, con Jaume, con Xavi Arenas ... y así hasta cubrir las diez plazas que tenía una mesa que fue un broche agradabilísimo para un día redondo.
La sobremesa, otra delicia hablando del proyecto 24 Horas, de mil curiosidades en torno a nuestra afición, de amigos comunes y de experiencias con motos. Algunos momentos increíbles, como cuando alguien me contó que al descubrir este blog no pudo evitar imprimirlo y que lo tiene en la mesilla de noche ...
De ese rato recuerdo con especial cariño la charla con otros tres adictos a las King: Jordi Arandes, Toni López y Eugeni Tiana. Toni es todo un poeta, a quien tengo que pedir permiso para traer a estas páginas una conversación que tuvo con su King Scorpion, y que cada vez que leo me hace sentir vergüenza por tener la mía parada en un garaje. Jordi es otro amigo que empezó como una consulta nacida en estas páginas y lleva años apareciendo en mi vida con una sonrisa y dando siempre veinte veces más de lo poco que recibió de mí. Y Eugeni es un figura; un tipo con una sonrisa socarrona, que admite ser más bultaquista que montesista, pero que se baja de una 247 para subirse en una King con la misma naturalidad con que te regala algo tan especial como ésto:
Que sí, que somos unos frikies, pero ... ¿se os ocurre mejor modo de describir el día que estábamos cerrando? Un millón de gracias, Eugeni. Ojalá nos veamos el año que viene en esas curvas de tu tierra.
Y siento que la lógica me va acercando a un final que linda con mi hora de irme a la oficina. Y que me faltan veinte anécdotas más con que hacer justicia a todo el cariño que rodeó ayer. Debería hacer mención de la charla con Impalable, con Esteve, con los buenos de Kalatrava y Guillén (murcianos de pro de La Maneta a quienes saludé en la comida), de XaviSR, y de muchos más. De los amigos del Moto Club y el rato charlando con "Coro" sobre secretos de las motos de carreras de la época. Y de tantas otras cosas. No, Óscar, no me olvido de ti, compañero. Pero me resulta complicado hablar de alguien capaz de mantener el buen humor en medio de la que te tocó vivir. Siempre das ejemplo de muchas cosas, y ayer no fue una excepción. Seguro que la del 2012 es la tuya.
Y voy cerrando. Terminada la comida, bajada hacia Barcelona siguiendo a Pep hasta el garaje de casa. Preciosa la entrada en Barcelona desde la montaña. Tanto como para recordarla pese a tener lugar al final de un día tan completo como el sábado.
Y última foto mía, con el cuentamillas de la King al dejarla descansar. Marca 426 millas. Que si los cálculos no fallan, hacen un total de 143 desde las 7 de la mañana. 228,8 kilómetros en total.
Todo un día para recordar durante una vida.
Y si abrí con mi mujer como clave oculta en todas estas historias que os cuento, es de justicia que cierre con la otra persona sin la que esta experiencia no se hubiera producido. Me ha costado trabajo encontrar una foto en la que se le reconozca, porque no paró un solo minuto (como no había parado durante mucho tiempo antes para que un montón de gente que no lo conoce sea un poco más feliz). A la derecha de la foto de abajo, medio de perfil, con su Bell de época y su barbour Clice, Pep Itchart.
Pep es el dueño de la King, el diseñador de mucha de esa comunicación tan cuidada que hay en torno al Moto Club Impala, el marido de una mujer que también monta en moto y el padre de un niño al que tiran más los mandos de una Cota 49 que el asiento de atrás de una Texas, pero que ha aprendido de su padre a hacer felices a los demás haciendo fotos desde la moto amarilla que algún día será suya. Pep es quien pone a tu disposición una moto única a la par que te hace sentir que es feliz de que la uses como si fuera tu propia moto. Pep es una de las personas que mejor encarna esa Cataluña de la que hablaba al principio de mi crónica. De los que hacen bueno el tópico de que no hay amigo más fiable que un catalán cuando es tu amigo. De los que se pondrán colorados al leer esto, pero no me lo dirá nunca por no molestar.
Te debo otra, amigo. Y espero verte de nuevo en la de 2.012.
Moltes graciès a tots.