sábado, junio 27, 2015

Nuestro tatarabuelo, Diógenes.

Anoche estuve cenando en casa de mi primo Alfonso. Creo que casi podría haber dicho que cené en casa de mi primera mujer, puesto que fue la primera persona con quien compartí una casa que no fuera la de mis padres. Hablo del año 1989; yo estaba en Madrid haciendo mi Master, y mi primo se vino a hacer la carrera, con lo que acabamos viviendo juntos durante dos años largos. Probablemente dos de los años más felices de mi vida: sin preocupaciones, sin presupuesto, sin nadie de quien ocuparme, y con dos motos aparcadas en la puerta: la Ducati Desmo que me traje de Córdoba y la Guzzi Le Mans III que compré en cuanto empecé a ganar dinero.

Por aquella época yo no tenía coche. Ni lo quería. Con mi Guzzi iba y venía de Córdoba a Madrid, o incluso de Cádiz a Madrid durante los veranos. No fue hasta mucho después que mi suegro le regaló a mi mujer un Seat Ibiza. O me convirtió en chófer, no sé. El caso es que, desde tiempo antes de llegar a Madrid, tenía una chaqueta Mototécnica de las primeras que llevaron componentes especiales: una chaqueta con Thinsulate. Y para cruzar la Estepa en invierno la complementé con un pantalón de la misma marca, unos guantes con el mismo material, y unas botas BMW Gore-Tex que aún conservo.

Cuando me casé y abandoné aquel remanso de paz que fue mi apartamento de soltero, quedaron atrás muchas cosas. Entre otras, el pantalón y la chaqueta que regalé a mi primo porque empezaba a ver claro que una Guzzi Le Mans no se podían transportar las veinte bolsas dispersas en que a mi mujer le gustaba meter el equipaje para un fin de semana. Cinco años de matrimonio me costó hacerle entender que la ecuación "1 maleta grande = 15 bolsas pequeñas" era real. Pero tampoco eso me arreglaba nada y mi vida como motero de largos recorridos sufrió un parón que duró hasta esta última Impalada.

Me pierdo con la emoción.

El caso es que hace un par de veranos, al contarle a Alfonso lo que estaba disfrutando con las Impalas, me comentó que en su última mudanza había aparecido el pantalón Mototécnica, y que me lo daría cuando fuera por su casa. Pero como la vida en las ciudades grandes es un lío, no fue hasta anoche cuando llegó el momento de la verdad y aparecí por allí con ocasión de una cena entre los primos que vivimos por aquí. El resultado podéis verlo en la foto:


¡No sólo había aparecido el pantalón, sino también la chaqueta! Y además en un estado más que aceptable. No hay rotos ni desgarros y sólo necesitan una limpieza suave, recoser un poco uno de los velcros de cierre del pantalón y una mano de grasa. Para completar mi felicidad, hasta quepo dentro de ambas prendas sin parecer una morcilla de Burgos. Espectacular. Porque, si no recuerdo mal, con este equipo se podía viajar en pleno invierno con la Le Mans a cruceros que hoy día son impensables sin arriesgarte a pasar dos años a la sombra si te pilla la Meretérita.

En fin ... que es una suerte haber compartido mi vida con Alfonso. El tatarabuelo Diógenes nos legó a ambos una misma visión de la vida, donde todo se aprovecha y nada se tira. Ahora sólo falta ver si soy capaz de pulir la visera del casco Sure que usé en aquellos años y que, por supuesto, aún anda por casa. ;-)

lunes, junio 15, 2015

Impalada 2015: la història d'un viatge inoblidable (II)



Barcelona, 13 de Junio de 2015. La Impalada.

Hay quien opina que la primera vez no se olvida porque es la mejor. Pero en mi caso van tres Impaladas, y cada vez me resulta más complicado decir de cuál de ellas guardo mejor recuerdo. La primera fue especial porque llevé a mi hija mayor para que conociera Barcelona con su madre; la segunda porque era el 50 aniversario y hubo un esfuerzo enorme por traer a protagonistas de la época y revivir aquella hazaña que fue la "Operación Impala" ... y esta última porque hemos ido de la mejor manera posible, que es con las propias motos.

Pero lo que es cierto, sea cual sea la que escoja, es que en todas ellas he disfrutado de cuatro cosas que justifican por si solas la visita: "els amics" del MCI, una organización impecable, una experiencia motera difícilmente replicable en otro lugar, y una ciudad que enamora. De tal modo, querido lector, que si tienes una Impala y no pasaste por la Impalada, ya estás tardando en preparar la de 2016, y me pongo a tu disposición para contarte cualquier cosa que necesites saber. Te aseguro que la experiencia va a marcar tu vida como motorista, y que me agradecerás el consejo.

Como os contaba ayer, dejamos las motos en la calle, tras quedar con Nacho Bartlett en que se pasaría con Fernando Piris a recogernos a las 8 de la mañana del sábado 13 en Travessera de Gracia, que les pillaba de camino. Como creo que sabéis los habituales del lugar, Fernando es un bultaquista en periodo de reinserción en la sociedad, al que hemos acogido en nuestro seno. No porque sea una magnífica persona y monte en moto como Dios, sino porque los montesistas somos así de buena gente. Pero además, se sumó uno de los descubrimientos del día: Pepe Maciá, que tiene una Impala 2 (con carenado y conservada) que va como un tiro, y eso que monta el carburador de serie. Según él, es porque siempre le pone el aceite al 3% ... así que voy a tener que revisar mis creencias.

Después de darnos un abrazo todos, como corresponde al montón de tiempo que llevábamos sin vernos, pusimos a las motos y los pilotos el identificador, que es todo un resumen del nivel de organización que gastan mis amigos del Moto Club. Mirad con atención la foto:



Cada uno de nosotros recibe su identificador personalizado con el número de dorsal (que le sirve para el sorteo posterior), teléfonos de urgencia para caso de necesidad, direcciones y teléfonos de los lugares de reagrupamiento, e incluso la indicación de si preferirá carne o pescado para la comida. Omito el reverso por no sobrecargar, pero contiene un plano del recorrido previsto, junto con los atajos posibles para quienes no deseen hacer el recorrido completo. Menos mal que teníamos la información, como luego os contaré.

Total que, cargadas las motos y vestidos los pilotos, salimos para Montjuic por las calles vacías de una ciudad que aún dormitaba. Caras de felicidad en cuatro de los cinco pilotos, y un gesto extraño en la de Fernando que achaqué a que su sensible alma bultaquista se resistía un poco a dejarse llevar por la espectacular Texas que le había dejado Nacho para la ocasión.

Seguimos bajando hacia el recinto cuando, de repente, veo que Fernando se ha parado y que está subiendo l moto a la acera. "Se olvidó de abrir la gasolina", pensé. Pero al llegar a su altura lo veo doblado en un parterre, como un adolescente en mitad de una mala noche. Total, que allí quedó el desayuno de nuestro amigo que, afortunadamente, se recupera lo suficiente como para llegar al parque cerrado junto al resto del grupo.

Y una vez en Montjuic, el agradable rito de cada año, que consiste en saludar a todos los que no pudiste ver el día anterior. Y así, te paras un rato con el bueno de Eugeni Tiana, que me pasó alguna de las fotos que estoy usando en el reportaje:



Otro rato con Susanna Permanyer, tan agradable como siempre, que te cuenta que su padre no viene este año y te promete darle recuerdos de tu parte:



Y en realidad, a cada paso que das, vas tropezando con buena gente: ToniBH que se hace un selfie con nosotros y que luego publica José María en su crónica de la Impalada, Esteve a quien llamé para preguntar por la dirección en mitad de la cena, Víctor al que esta vez no vi con su mujer porque los críos atan mucho, José Antonio que nos había dado algún consejo impagable para el viaje de ida, y muchos más a los que debería mencionar porque son una parte fundamental de lo que venimos a buscar aquí.

Tantos, afortunadamente, que perdí de vista a mis compañeros de ruta, con lo que no me enteré de la evolución de Fernando hasta bastante más adelante. Que ademas, no era buena, porque parece ser que, para nuestra sorpresa y la suya propia, su cuerpo aún contenía cosas que pudo depositar en el jardín de Montjuic. Y es que los bultaquistas son un pozo de sorpresas. Pero gracias a Dios, y la previsión del MCI, teníamos una ambulancia donde le hicieron un chequeo en profundidad, le atizaron un jeringazo de Primperán como si estuviera esperando quintillizos, y le recomendaron no salir. Pero hablamos con Pep, y nos dio un consejo sabio: que si salíamos por delante de la cola de la Impalada, llevaríamos detrás un furgón que recogiera la moto y una ambulancia que se llevara a Fernando en caso de ser necesario. Que, desde luego, era una solución mucho mejor que dejarle en Montjuic sin compañía, como él pretendía que hiciéramos "para no fastidiarnos el día".

Y de aquí deriva una de las anécdotas divertidas del día. Con todo este jolgorio, los cinco que pensábamos hacer el recorrido juntos salimos muy, muy tarde. Pero hubo por lo menos otras veinte motos más que también se retrasaron. Y como no teníamos nadie a quien seguir, las dudas empezaron -literalmente- en la primera esquina de la salida de la plaza de Montjuic. Veintitantas motos esperando a que el semáforo abra, todas ellas mirándose de reojo unas a otras, y sin que nadie se atreva a arrancar cuando se puso en verde. Hasta que un cachondo mental echa su Comando a andar hacia la izquierda. Y hacia la izquierda que nos fuimos todos, como podemitas en día de votación. Pero el cruel destino quiso que no fuera ésa la dirección correcta, lo cual obligó al bueno de Pep Itchart (una de las almas de este invento, al que nunca haremos justicia por más elogios que le hagamos) a perseguirnos por las calles de Barcelona, dar un capón al improvisado führer que nos habíamos buscado, y llevarnos al redil para enfocarnos hacia la salida real.

Pero poco duró nuestro contento, porque, una vez en la autopista, el mismo espontáneo se puso a guiarnos de nuevo ... justo hasta una isleta de bifurcación de la autovía donde detiene su moto (con un par) y confiesa que no tiene la más puñetera idea de dónde ir. Pasmo general, furgoneta de Remotos tras nosotros (ya me contaréis, siendo de Toledo, qué iban a hacer los pobres excepto seguir a quien parecía saber dónde iba) con el warning puesto (que evitó que nos atropellara alguien) ... y nadie sabe qué cuerno hacer.

Total, que miro el colgante con el recorrido, veo que el primer agrupamiento es en Ullastrell, arranco el GPS y hago a mis huestes un discurso un poco menos brillante que el de Napoleón con las pirámides, pero que fue suficiente para convencerles. "Mirad, soy de Córdoba y no tengo ni idea de dónde cojones estoy, pero llevo un GPS y os puedo llevar hasta Ullastrell, así que venid detrás de mí, y os llevo, aunque no sea por el camino oficial". No pasará a los anales de la oratoria, pero fue suficiente para que el personal se pusiera en fila india tras mi moto. Todos, excepto el espontáneo de antes, que decidió "seguirme delante" como Peter Sellers a Peter O'Toole en "What's new Pussycat". El previsible resultado fue que, en la primera ocasión posible, él se fue a la izquierda mientras que el resto continuamos por la derecha. Pero lo que recordaré es la sensación de absurdo que tenía: un cordobés que vive en Madrid, y con su matrícula de Córdoba, guiando a un montón de barceloneses hacia un punto de destino. Aunque, ahora que lo pienso, no he sido el único cordobés en dirigir barceloneses. :-)

Retomo el hilo, que me pierdo.

Decía que, aunque en dirección contraria a la prevista por la organización, llegamos a Ullastrell para desayunar los que aún tenían cuerpo para tomarse algo. Y opciones había para todos los gustos, pero nada como una buena butifarra con su pan con tomate para olvidar que no habíamos desayunado. Cosa que aprovechamos de nuevo para charlar con más amigos.



... y, por supuesto, para disfrutar de otro de los momentos especiales de las Impaladas, que son las arrancadas de trescientas motos con motores muy parecidos:



Aquí pongo también otra foto que me encanta, por las caras de felicidad que se nos ven en la salida de Ullastrell:




Recuerdo cuando leí hace años una crónica del bueno de mi amigo Trinxol donde comentaba lo mucho que le había impresionado, en su primera Impalada, ver tantas motos cambiando de marcha a la vez en cada curva. Y es, ciertamente, una experiencia curiosa si no la has vivido: cuando sales de ruta con modelos muy distintos, cada cual aprovecha su motor como puede, pero en una Impalada, los cambios son iguales, los frenos también y el chasis el mismo ... el resultado es la sensación de que no vas en tu moto, sino que estás compartiendo una especie de rito común, donde sólo te corresponde ejecutar una pequeña parte de una partitura mucho más amplia. Es una sensación que más que resultar curiosa, engancha.

Afortunadamente, el malestar de Fernando había remitido lo suficiente como para optar por seguir en ruta con nosotros. Aunque decidimos que los cinco nos iríamos por la versión reducida, para no forzar demasiado. Y la verdad es que la idea no fue mala. Porque Nacho nos metió en un lugar llamado Mura, que es parque natural, donde primero tomamos una cerveza en un lugar que merecía una postal ...




... y luego enlazamos por uno de los paisajes más bonitos que yo conozca en Barcelona, que es la zona donde en tiempos se corría la prueba de Sant Llorenç del Mundial de Trial. Juzga por ti mismo, y dame las gracias por haber sido capaz de parar la moto (la carretera invitaba a enlazar curvas como si estuvieras bailando con la Impala) y tomar las fotos ... 





Vale la pena agrandarlas todas, porque el lugar es mágico, más que bonito. Y mágicos fueron los kilómetros más rápidos que hicimos aquel día. Nacho abriendo camino con la Sport, y los demás siguiéndole. Un disfrute, como comentábamos luego, ver lo distinto que trazaba cada uno de nosotros. Nacho abriéndose antes de cada curva, Fernando muy al estilo endurero (no sé si por orígenes o por llevar manillar alto), y el resto más "a la inglesa", manteniendo siempre el cuerpo en línea con la moto.

Y así llegamos hasta Terrassa, donde teníamos prevista la comida, la entrega de nuestras motos a Remotos para que las llevaran a casa, y la visita al Museo de la Ciencia, donde la familia Permanyer tiene parte de su colección de motos. En el hotel donde comeríamos contacté, gracias a Jaume Domínguez, con Luís Mulero, el fabricante de uno de los gadgets más útiles para estas motos que yo haya visto: una herramienta para tensar la cadena, que incorpora todas las llaves necesarias pero sigue cabiendo en la caja de herramientas. Mirad qué buena pinta tiene; es de una solidez espectacular:




Ya sólo nos faltaba la comida en sí, donde disfrutamos de la compañía de los cinco compañeros de ruta, con algún añadido agradable, como el bueno de José Antonio. Allí faltaba una de las guindas del día, que fue la entrega de premios, donde ¡nos dieron uno! Fue divertido el modo de hacerlo, además, porque no sabíamos nada. Pero, en mitad de un discurso largo en catalán al final de la comida, de pronto empezamos a oír hablar en castellano, y que el speaker dice algo así como ... "y el primer premio de este año, se lo damos a los madrileños, que con esa chulería que tienen, se han venido a la Impalada ... montados en las motos". Me cogió tan despistado, que me emocioné más de lo que es propio confesar para un fulano de más de 50 años ... así que como el blog es mío, pongo la foto de José María y me da menos vergüenza.



Es decir ... un premio inesperado, que fue el mejor de los modos para cerrar un día muy especial. Pero aún hubo más, en formato Manel Garriga, que me pide hacerme una entrevista para un artículo sobre impaleros que le han pedido desde Moto Revue. Se ve que esto de ser madrileño e impalero me convierte en personaje exótico, con lo que pasé un buen rato charlando con él sobre mi relación con la(s) Impala(s). ¡Cómo decirle que me daba vergüenza al tipo que ha hecho la mejor película sobre una moto que yo haya visto!

En fin, queridos, que esto va tocando a su fin. Pero que cuando uno lo ha disfrutado tanto, el fin es a la par el inicio de la aventura del año que viene, para la que ya tenemos algunas ideas claras. Hay tramos que vamos a cambiar, otros que mantendremos para volverlos a disfrutar, y algunas cosas que hemos aprendido, como que los pantalones del señor Strauss no están pensados para hacer 500 kilómetros en un día con ellos, o que nuestras próstatas se han ganado el derecho a un asiento tapizado en gel.

De momento, aquí lo dejamos hasta la Impalada 2016 donde, lo único seguro es que Pep, Santi, Jaume, Coro, Carles, Xavi, Susanna y el resto de los culpables, nos volverán a dejar con la boca abierta una vez más.

Muchísimas gracias a todos, amigos. Siempre es un placer compartir un tramo de nuestra vida con vosotros.

Y, por supuesto ... ¡VIVA Montesa!

domingo, junio 14, 2015

Impalada 2015: la història d'un viatge inoblidable

PRÓLOGO 
(Y agárrate, que vienen curvas)

Supongo que quienes no escribís de vez en cuando lo ignoráis, pero cuando te enfrentas al "papel" sabiendo que tu crónica la esperan un montón de amigos a los que no podrás devolver nunca las mil gentilezas que tienen siempre contigo, la cosa no resulta sencilla. Y no por el miedo a olvidar a alguien -porque sabes de sobra que estás perdonado de antemano- sino porque es complicado extractar lo mejor de tantas cosas positivas como has vivido en tres días inolvidables.

Así que voy con ello. A sabiendas de que el resultado me dejará insatisfecho, de que tendré la sensación de no haber sabido sacar partido a tanta pequeña historia increíble, y de que -una vez más- mi torpeza me impedirá hacer justicia a situaciones que se me han quedado dentro. Pero supongo que aún peor sería dejarlas sólo para mi. Como nos contaba al final de la Impalada el bueno de Edu Cots, que se plantó hace unos meses en Tokyo con las Impala 2, lo maravilloso de viajar con estas motos, es que te da tiempo a ver el terreno, hablar con la gente, y dejar que el viaje sea un viaje y no sólo un desplazamiento.

Y ahora que me vienen a la memoria las palabras de Edu, no puedo dejar de pensar que, más que probablemente, muchos de los problemas que tiene hoy el maravilloso país que hemos recorrido estos días, se deben a que demasiada gente se desplaza sin viajar, visita los sitios pero no los vive, habla con las gente pero no la escucha ... y sin embargo presta oídos a políticos tramposos que juegan con los sentimientos de todos en su exclusivo beneficio. 

Así que, si me lo permitís, dedico esta crónica a las madres de esos políticos, que debieron quedarse satisfechas al dar a luz a semejantes lumbreras.

Madrid, 11 de Junio de 2015. Arrancamos.

No era la del alba, como en el Quijote, pero sí temprano, cuando me levanté el día 11 con la angustia de si me olvidaba algo, de si el GPS tendría la ruta bien grabada, y -sobre todo- con la pregunta de si las cosas irían como esperábamos. No había tenido demasiado tiempo de planificar, José María también había estado desbordado, y las cosas se hicieron a salto de mata. Justo como nunca se deben hacer para un viaje de este tipo.

Pero la vida profesional lleva un ritmo que rara vez coincide con nuestros sueños, y las semanas con que contábamos para preparar las motos y el material se consumieron entre viajes profesionales imprevistos, y líos personales de todo tipo. De tal modo que sólo la Impala 2 de JM pudo pasar por el taller manchego para ser revisada más o menos a fondo, mientras que a la mía sólo pude cambiarle aceites, y eso gracias a la amabilidad de mi amigo Carlos, que me dejó un rincón en WMmotor para hacerlo el día anterior a la partida.

Tan atropellado fue todo, que ése mismo día anterior JM se fue a comprar cubreguantes por si llovía mucho, y yo me hice con unos guantes de entretiempo en Boutique Motor por si las moscas. Nuestra preocupación (y eso os dará una idea del nivel de despiste) seguía siendo mucho más la de no pasar calor que el temor al agua o el frío.

Pensando un poco en todo ello, cargo la moto y compruebo que el GPS se ve bien con la bolsa Krauser que había comprado un par de semanas atrás ... y que ni siquiera probé sobre la moto antes de salir.


En Madrid, tras una noche de tormenta, había amanecido con calor y yo aún seguía con el agobio de no asarme vivo con la ropa de moto. Así que me puse el softshell del Moto Club Impala sobre la camisa y salí a recoger a JM al almacén de Snacksano. Allí, charlando con mi socio y con Guillermo, decidimos que tal vez sea mejor salir con la ropa de agua puesta, porque parece que pueda haber algo de lluvia. 

Así que terminamos de dejar las motos listas, nos enfundamos en todas las capas del mundo y arrancamos rumbo a lo desconocido. Mirad la foto de abajo para daros cuenta del nivel: mi moto lleva la bolsa sobredepósito protegida por una bolsa de plástico que le mangué a mi mujer (y que me salvó la vida por completo). 


El recorrido lo había hecho en dos ratos perdidos las tardes de antes, y no sin dificultad. El software de Tomtom es una basura indecente, Google Maps no se entiende con él, y el único modo de sobrevivir es usar Tyre, un programa que te permite definir los puntos que debes tocar en el recorrido para luego pasarlos al GPS y montar una ruta. Pero el Tomtom es tan torpe que, una vez volcada la ruta, recalcula con su propio algoritmo el recorrido y genera un nivel de entropía adicional francamente fascinante.

La ruta prevista, según el dibujo original en Tyre, intentaba evitar al máximo autopistas y autovías para llegar a Barcelona en unos 700 kilómetros, pasando la noche en Alcañiz. Alguno de los hitos a recorrer eran: Valdetorres del Jarama (Madrid), Puebla de Beleña, Jadraque, Alcolea del Pinar, Aguilar de Anguita, Canales de Molina, Molina de Aragón y  Castellar de la Muela, (todas en Guadalajara, Castilla La Mancha), Bañón, Gargallo, Calanda y Alcañiz (en Teruel, Aragón), Gandesa, Falset, El Morell, La Pineda de Santa Cristina, (en Tarragona, Cataluña),  Vilafranca del Penedés, Vallirana, Sant Vicenç dels Horts y Barcelona capital. Es decir, que íbamos a visitar cuatro comunidades autónomas, y además pasando por sitios tan exóticos como Teruel o Guadalajara. Otro modo de verlo hubiera sido que las provincias a recorrer se dividían en dos: las que tenían alerta amarilla y las que estaban directamente en alerta naranja por lluvias. 

Pero no lo sabíamos.

Así que arrancamos, comprobando que las Impalas iban a la perfección. Y empezamos a pasar por sitios preciosos, que están sólo a un puñado de kilómetros de Madrid.

¿Alguien conocía el Cubillo de Uceda?



¿Y Jadraque?



Pues nosotros tampoco, la verdad. Y fue un recorrido maravilloso. Con un día nublado y la carretera limpia por las tormentas que habían descargado la noche anterior, pero una temperatura agradable y acorde a la ropa que llevábamos puesta.

Y todo transcurrió "casi" sin novedad hasta Jadraque, donde mi obsoleta cartografía de Tomtom nos metió por dos tramos, de unos cinco kilómetros cada uno, que hubieran hecho las delicias de los participantes en la "Operación Impala" original. O de los dentistas de la localidad, porque se nos cayeron hasta los empastes de las muelas de tanto bache. Una de sus consecuencias podéis verla en la foto:


Mi bombilla delantera destruída, más que fundida. Y no era de las chinas, sino una de fabricación alemana. Sobre la bombilla vuelvo luego, porque nos proporcionó una anécdota divertida.

El caso es que en un delirio del GPS (uno de los pocos, afortunadamente) llegamos a donde no queríamos ir: un cruce con un área de servicio en el kilómetro 103 de la Autovía A2 donde paramos a repostar por primera vez y tomar un café. Allí tomé esta foto, que me hizo gracia:


Pero no sé si fue la causa de nuestra desdicha. Porque fue tomarla y sonar un trueno, que dio la señal de salida para la apertura de las compuertas del cielo. Granizó como si en aquel lugar llevaran años entrenándolo. ¡Qué barbaridad! Así que aprovechamos para hablar con casa, donde nos contaron que la tormenta venía de Madrid y que allí ya había pasado. Y después de hablarlo un rato, tomamos una decisión: una vez pasara el granizo seguíamos la ruta hasta Alcolea de Pinar, pero en lugar de hacerlo por comarcales (otro tramo como el de Jadraque hubiera sido mortal con lluvia) utilizaríamos la A2 como enlace hasta la N-211.

A partir de aquí tengo pocas fotos, porque no era posible tomarlas. De haber intentado sacar el teléfono, éste se hubiera muerto, y yo me hubiera ahogado. Resumo la idea con una imagen que no sé si habéis vivido: la de dos Impalitas siendo adelantadas en la autovía por camiones enormes que las dejaban envueltas por completo en una nube de agua. Agua por doquier. Toneladas de agua. Lo único que nos separó de Noé fue que no teníamos unas tablas a mano, ni parejas de bichos a las que salvar.

Una vez enlazamos la N-211 las cosas fueron a mejor. No en cuanto a clima, pero sí para la circulación. Casi total ausencia de camiones y poco tráfico en general.

Una de las anécdotas del viaje la tuvimos en este tramo, a unos 5 kilómetros de Molina de Aragón. Unos kilómetros antes nos cruzamos con un coche de la Guardia Civil, y me pareció que se habían quedado mirando la moto. "Menos mal que iban al revés", pensé, "porque si no, nos paran fijo". Y al cabo de unos minutos, el mismo coche nos adelanta y veo que el agente que iba a la derecha me mira con mucha atención. Tres kilómetros más adelante me dan el alto ... con tan mala suerte que JM creyó que estaban hablando con una furgoneta parada en el arcén y casi me embiste al frenar (creo que de esta seré capaz de convencerle de que debe cambiar las zapatas delanteras). Así que lo primero que me dice el agente es: "¿se ha dado cuenta de que su compañero casi nos atropella?". Pero gracias a Dios la cosa no siguió por ahí, sino por la pregunta de: "caballero, ¿por qué va usted con la luz apagada?". Le explico que no me había dado cuenta, pero que llevo una lámpara de repuesto que puedo poner. Abro la caja de herramientas de la moto para sacarla, y cojo la Leatherman que llevo entre las herramientas del cinturón. Mientras tanto, el guardia miraba el panorama sin dar crédito a lo que veía: dos cincuentones viajando con motos chicas, bolsas enormes, José María tiritando de frío como un pollo mojado, y yo con mi navaja cambiando la bombilla.

Un cuadro. 

Así que el hombre no se puede reprimir y nos pregunta que dónde íbamos. Tenías que haber visto su cara cuando le respondo con toda la calma que vamos a Barcelona. El agente me mira como si hablara con un marciano, y me dice muy serio: "¿y no tenían ustedes otro día para ir a Barcelona con estas motos, más que hoy que estamos en alerta naranja?". La verdad es que me costó trabajo no reírme, y simplemente le expliqué que la Impalada era el día 13 y que pensábamos dormir en Alcañiz.

Y ahí quedó la cosa. Gracias a Dios no hubo multa, y nos plantamos en Molina sobre las tres de la tarde. Nunca unas lentejas me han sabido más ricas, os doy mi palabra. Y ya que estábamos, nos pudimos quitar la ropa para comprobar que íbamos bastante calados. Especialmente en mi caso, porque el cortavientos impermeable que llevaba por encima del softshell había dejado entrar mucha agua a través del bolsillo del pecho.

Aproveché para ponerme el jersey que llevaba en la bolsa (que salió completamente seco) y durante la comida valoramos nuestras opciones. Estábamos a unos 180 kilómetros de Alcañiz, y seguía lloviendo a cántaros. Y como yo no podía seguir como iba, preguntamos al camarero del Restaurante Alcázar si había algún lugar donde comprar un traje impermeable. Nos recomendó pasar por la cooperativa de agricultores donde, por la asombrosa cantidad de 6,95 euros, me hice con un auténtico impermeable verde de plástico, que me salvó la vida por completo. 

Benditos sean el chino que los fabricó, el manchego que me lo vendió, y el inventor del plástico. Y maldito el diseñador que decidió dejarle una única abertura: la que una mujer nunca usaría, y que me haría llegar a Alcañiz con una única parte de mi anatomía empapada y reducida a un tamaño aún más pequeño de lo habitual. Pero no pienso deciros cuál.

Retomo el hilo, que me pierdo. Estábamos en Molina de Aragón, enfundados en un impermeable verde. Y llovía sin parar. Así que decidimos que no vale la pena esperar y que volvemos a arrancar las motos para llegar a Alcañiz antes de que anochezca. De un tirón nos plantamos en Caminreal, desde donde la N-211 retoma dirección Este hacia Alcañiz. En su gasolinera repostamos de nuevo (hicimos medio viaje obsesionados con la gasolina pese a que las motos siempre anduvieron en poco más de 4 litros a los 100 de promedio) y nos encontramos con un tipo encantador que nos tomó unas fotos, y con un paisano que nos hizo el típico discurso de "Yo tuve una moto como éstas".



Claramente, el buen hombre estaba inmunizado frente al frío pelón que debe hacer en la zona, lo que explica que sólo con su boina se mantuviera caliente en las condiciones que ofrecía el día.


A todo esto, el aceite Castrol R1 que JM transportaba en un recipiente medidor, había escogido la libertad y se desparramaba con liberalidad por la bolsa en que (menos mal) había metido el medidor.

Pecata minuta para la que teníamos encima, con lo que no le prestamos atención y decidimos plantarnos en Alcañiz en un tirón, dado que estábamos a poco menos de 130 kilómetros del hotel donde haríamos noche.

¡Venga kilómetros, y venga agua! Ni un segundo de tregua entre Molina y Alcañiz. De modo que los prudentes 75-80 kilómetros por hora de crucero se empezaron a convertir en los 90 sostenidos de los últimos 40 kilómetros. Y hablo de 90 de GPS, en dos Impalas cargadas para viaje. Y las motos sin un mal amago de problemas. Sólo mi velocímetro se fue a la porra y partió la aguja a base de intentar marcar velocidades estratosféricas. Pero fue una anécdota. 

No sé si lo habréis vivido una sensación similar. Y si no es así, tal vez alguno de vosotros piense que estoy como las maracas de Machín. Pero cuando llevas siete horas bajo el Diluvio Universal y la Impalita no se detiene ni da síntomas de fatiga, empiezan a importarte un pito la lluvia y el frío, y lo que piensas es "¿y cómo voy a fallarle yo a esta moto?".

Y llegamos a Alcañiz. Primer objetivo cumplido. Ahora se trataba de localizar a Jose o Tere en el Hotel el Trillero y presentarnos como amiguetes de los morinistas del foro de La Maneta. A partir de aquí, lo que os cuente de su amabilidad es poco. Nos cedieron el local de su planta baja para que dejáramos las motos y la ropa de agua para secar. Podéis haceros una idea del cuadro en la foto:


... todo lo que veis colgado en percha que nos prestó Tere es ropa que debía secarse para la mañana siguiente. Pero hubo cosas que estaban incluso peor. Mirad mi softshell o las motos al cabo de un rato de llegar:


Por la noche conocimos a su hermano Jose. Motero de pro que viaja con su mujer a lomos de la Harley con la horquilla más larga que podáis imaginar. Divertida su presentación: "acabo de ver vuestras motos. Lo de los morinistas es para pegarles, pero ... ¡lo vuestro es peor!" Un encanto de persona que no nos pudo tratar mejor. Fijaos qué curioso el grifo de cerveza que tienen en el bar:


¡Un motor de Harley con el que hizo muchos kilómetros ... hasta que murió y lo sustituyó por otro!


Alcañiz, 12 de Junio de 2015. Hacia Barcelona.

Después de destrozar la cama, y viendo que el día era magnífico, decidimos preguntar a Jose por un taller de confianza donde pudieran revisarme una vibración que tenía mi moto al frenar de delante. Era algo que debí haber mirado antes de salir porque no era nuevo, pero, como os comenté al principio, no nos dio tiempo a llevar las motos a la Mancha. Y con los kilómetros fue a más.

Así que, recomendados por Jose, nos alargamos al taller de su amigo Carlos. Un crack de persona, y propietario de "Motos Camaral", donde nos ayudó a poner mi moto en orden. Resultó que no era la dirección sino los cojinetes de la rueda delantera. Debían estar ya castigados, y los kilómetros de Jadraque los reventaron del todo:




El trabajo de Carlos fue rápido y preciso, y su trato personal impecable. No sé si es mejor persona o mejor mecánico, pero conoce estas motos y tiene sensibilidad al tocarlas. Una suerte haber tropezado con él.

Terminada la reparación, recogimos el equipaje, y en mitad de un día luminoso abandonamos Alcañiz con la sensación de que debemos volver algún día a dar un repaso a una ciudad que -en lo poco que pudimos ver- tiene un aspecto magnífico.

La ruta entre Alcañiz y Gandesa la hicimos siguiendo la N-232 hasta cerca del Valdealgorfa, donde nos cambiamos a la N-420, disfrutando de paisajes como el que podéis ver aquí:


Pero es que, pasando Gandesa también hay lugares que te cortan la respiración de puro bonitos, como este otro, cerca de Pradell de la Teixeta:


Palabra de honor que sólo por rodar estos tramos ya habría merecido la pena el esfuerzo. Pero aún nos quedaba mucho por ver, como os contaré más adelante. De momento, estábamos a 90 kilómetros de Barcelona, y con pocas ganas de que se acabara el viaje.

Incluso en nuestra última parada, casi en mitad de ninguna parte, tuvimos anécdota curiosa: un antiguo propietario de Metralla que nos pregunta de donde venimos, y al escuchar la historia nos dice: "la verdad es que mi GTS iba como un tiro por estas carreteras comarcales, pero para viajar no había nada como una Impala". Y os doy mi palabra de que no estoy escribiendo nada que no escuchara, y sin provocación por mi parte.

En un rato más, llegamos al objetivo ...


... unas estupendas bebidas frías para olvidar el calor que pasamos en el atasco de entrada a la Diagonal.

El resto del día os lo podéis imaginar: nos dimos una ducha en el apartamento que alquilamos con Airbnb, pasamos a inscribirnos para la salida del día siguiente, tomamos una cerveza con los (muchos) amigos que pasaron por allí (incluyendo al bueno de "Duyamon" de la Maneta) y terminamos cenando en el Born con los amigos del Moto Club Impala.

A la vuelta de la cena, repostaje de las motos, dejarlo todo en orden para madrugar al día siguiente, quedar con Nacho y Fernando en la puerta de casa a las 8 de la mañana para llegar juntos a Montjuic, un pis y a la cama.

... continuará en la segunda parte.