viernes, junio 17, 2016

Impalada 2016: ... y de una vuelta


Cuarto día: Alcañiz-Madrid


Tras haber cerrado el día anterior cenando tranquilamente en Alcañiz y repasando las última noticias del día (impagable la anécdota de la bujía perdida por Carlos cerca de Barcelona a la vuelta de la Impalada) tocaba recoger las motos para enfrentarse al último tramo del viaje. Algo más corto en este caso que la ida, porque tomamos carreteras nacionales, como hicieron Fernando y Nacho el año anterior en su camino hacia Madrid.



No sé si os ha ocurrido recientemente, pero hay momentos en la vida en que la mezcla de sensaciones es tan extraña que provoca un estado mental muy peculiar. Suena el despertador y, por un lado tienes ganas de estar en casa con tu familia de nuevo, pero por el otro te da una pena infinita que se esté acabando un viaje del que has disfrutado tanto. Aunque lo cierto es que el día, pese a ser más corto que los anteriores, nos tenía reservados momentos estupendos.

El primer flash que recuerdo es sacando las motos del local que nos prestó Jose, donde finalmente pudimos ver su moto a la luz del día. Juzgad por vosotros mismos:



Su mismo propietario admite que amortigua no por desplazamiento de las botellas sobre las barras, sino por la enorme flexión que tienen éstas. Debo admitir que, aunque no me llamen la atención estas motos, debe ser una experiencia curiosa conducirlas ... por más que de sólo mirar el asiento ya te duela el trasero. No puedo entender cómo su dueño ha sido capaz de recorrerse media Europa con su mujer de paquete a lomos de un cacharro así.

Pero por interesante que fuera la Harley, el ritual de la mañana tenía que repetirse: es momento de poner el equipaje en las motos antes de salir.


Y aquí también hemos aprendido algo que igual vale la pena compartir. Tiene que ver  con las redes que usamos para fijar al asiento los bultos que llevábamos atrás. Imagino que os habrá pasado lo mismo que a nosotros: siendo bultos pequeños, la red queda muy floja si simplemente metes los ganchos por debajo del asiento, con lo que la primera tendencia es a buscar un punto de anclaje más abajo. Pero no hay muchas opciones en la Impala, salvo que te vayas a uno de los reposapiés traseros, que quedan demasiado lejos, o a las tuercas de los amortiguadores, que no tienen un reborde cómodo para eso.

La solución óptima es de una sencillez absurda, y se puede ver en la foto de detalle que os pongo abajo:


Se trata simplemente de, una vez puestos los ganchos en el primer lado del asiento, tensar con la mano, y hacer volver hacia atrás al primer gancho del lado opuesto, pasándolo por uno de los recuadros que forma la red que están próximos al lado inicial para llevarlo finalmente a su posición en el otro costado. Y luego haces lo mismo con los otros dos. Como puede verse arriba esto monta un pequeño lío sobre el segundo extremo, pero hace que la tensión de la goma sea buena para fijar el bulto. Aunque tiene un inconveniente: cuando desmontas tienes que deshacer todo el lío antes de volverlo a montar.

No sé si ha sido una explicación brillante, la verdad. Pero confío en que vuestra inteligencia supla mi torpeza como narrador.

Con las motos cargadas, los cortavientos puestos para protegernos del frescor de la mañana, y cerrado el Trillero, nos fuimos a desayunar al "Epsilon", que está en el extremo opuesto de la Plaza de Santo Domingo. Y allí, café en mano, tuvo lugar uno de esos encuentros de los que te acuerdas al cabo de los años.


En la puerta del Hostal se paran los dos ciudadanos de arriba. Un Domingo, a las siete y pico de la mañana, para desayunar. El de la izquierda deja su perro amarrado a la valla que circunda la terraza, y cuando van a entrar reparan en que los dos fulanos que están en la terraza vestidos de extraterrestre no viajan en unas RRRRR sino en dos Montesas Impala. Y se quedan mirando. Primero a las motos. Luego a nosotros. Y luego de nuevo a las motos. Hasta que el de los tirantes -lamento profundamente no recordar el nombre- nos suelta el inevitable y esperado "yo tuve una como ésa". ¡Qué personaje! Aragonés de pura cepa, pero había trabajado en Barcelona durante años, corrido en cross con Montesa, y conocido a los dueños de Blitz, de quienes sabía que hacían unas Impalas muy rápidas.  Pero es que además recordaba incluso el nombre de Kalevi Vehkonen, como piloto responsable del desarrollo de las Cappra VR que él había pilotado en su juventud, y nos contó un montón de anécdotas graciosas como cuando cambio su Impala por un Seat 600 para acto seguido darse tal bofetada con él que lo partió por la mitad. Decía que su mujer no tenía un buen recuerdo de aquello. Un placer inesperado para un desayuno que había empezado sin más pretensión que ponernos en camino rápido.

Y una reflexión, que siempre te acaba rondando cuando viajas a través de lo más profundo de España. Te pasas un rato con este tipo de gente y piensas que, aunque han pasado nueve siglos desde el Cantar del Mío Cid, aquél "Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señore!" sigue igual de vigente. ¿Cómo es posible que nunca hayamos tenido gobernantes capaces de sacar partido de la calidad humana de sus paisanos?

Con todo el (interesado y artificial) lío que tenemos montado, andas por el país y hablas con su gente y te vienen a la cabeza de nuevo aquellos versos del "Libertad sin ira" de Jarcha:

"Gente que sólo desea su pan, 
su hembra y la fiesta en paz "

¿Será que me hago mayor? O tal vez no. Una de las cosas que más enriquecen en un viaje como el nuestro es precisamente el ver como la vida fluye; cómo hay un continuo en el paisaje y las personas que hace que los cambios sean siempre progresivos. No pasas del llano manchego a la dureza del paisaje aragonés saltando una línea, como no sales de Aragón a la montaña catalana pasando otra. Y cuando lo ves con tiempo y perspectiva, siempre terminas por hacerte la misma pregunta: ¿por qué ponemos tanta pasión en lo que nos separa en lugar de disfrutar de tanto como nos une? Supongo que habrá que planteársela a quienes nos gobiernan. Pero no da sensación de que estén haciendo un gran trabajo en este sentido.

Con esas reflexiones en la cabeza, arrancamos las motos y tomamos la N-420 de nuevo, que comparada con la ruta de la ida nos parecía una autopista. Y pasamos temprano por lugares como Alcorisa ...


O Castell de Cabra ...



... camino de Montalbán, donde debíamos enlazar con la N-211 para llegar hasta Caminreal, donde teníamos previsto repostar de nuevo.


Claro que al pasar cerca de Pancrudo hubo que pararse a tomar esta foto. Era como si el puerto fuera en recuerdo de un primo recortado de José María.


Cerca de la gasolinera de Caminreal, y aprovechando una recta larguísima, hice por primera vez la prueba de ver qué velocidad real era capaz de alcanzar la Impala. Y llegué a ver poco más de 105 kilómetros por hora de GPS. Que con un piloto de mi tonelaje, equipaje por un tubo, y una bolsa sobredepósito que no favorece la aerodinámica, no parece un mal dato. Supongo que con menos carga y agachado sobre el depósito podría irse a 110-115 con lanzamiento suficiente.

Ojo, que hablo de velocidad real, y no de lo que iba diciendo el velocímetro, cuya aguja bailaba alegremente en torno a 110-115 en el momento de máxima velocidad. Y eso que al mío se le cambió hace poco la mecánica VDO original por otra igual. Que el chino de JM oscila con una amplitud de unos 30 kilómetros por hora entre extremos.

Y pocos kilómetros más adelante nos esperaba otra de las anécdotas del día. Protagonizada por el tesorero de la expedición, que decidió irse sin pagar del bar de Molina de Aragón donde paramos a beber un poco. Fijaos cómo está pasando por caja con el casco puesto ... después de que el dueño -que era como un armario ropero- nos preguntara si pensábamos irnos sin pagar. Se ve que teníamos la cabeza puesta en otro sitio.


Por cierto, aprovecho para poneros una de las mejores fotos del viaje, hecha por mi compañero sin darse cuenta de lo que estaba retratando en general. Y no haré más comentario.


Un poco más allá de Molina, y antes de salir a la autovía por culpa de un GPS que tiene un problema personal con Jadraque, fuimos detenidos por la Benemérita, que nos invitó amablemente a usar el aparato que os muestro a continuación. Según nos dijo uno de los agentes, si presentas doce a 0,0 te regalan un punto de carnet.


Y, como en el viaje anterior, por alguna razón que se me escapa, el Tomtorrón de GPS que llevábamos decidió que a Jadraque iban a ir nuestras señoras madres, porque él se volvía a Madrid por autovía, que ya estaba harto. De tal modo que tuvimos que encomendaros al Waze, que nos sacó del apuro por unos caminitos que encontró, con un aspecto de lo más primaveral.


Que nos llevaron por fin a ver el fantástico castillo que Eugeni identificó nada más ver la foto. La verdad es que daban ganas de subir a verlo, pero a alguno nos esperaban ya en casa para ayudar a preparar una cena con los futuros suegros de mi hija mayor, y no podíamos escaquearnos por más tiempo.



Así que tras una comida rápida y sana en la gasolinera, donde nos homenajeamos con unos cacahuetes y unos palitos de queso maridados con una Coca Cola Zero y una botella de agua mineral, pusimos rumbo a casa. Recorrido sin mucha más historia que un calor bastante fuerte y un pequeño pique con un Seat Ibiza que aprendió que, en según qué carreteras, una Impala cargada es un cacharro al que no despegas con tanta facilidad por más alto que pongas el chunda-chunda que llevas para evitar el ruido a vacío que hace tu cerebro.

Finalmente, con el cuentakilómetros marcando 27.335 kilómetros por los 25.694 que tenía al salir de casa, llegamos a mitad del Paseo de la Castellana, donde José María y yo nos separamos, no sin una enorme sonrisa al comprometernos a repetir el año que viene ... y a no olvidar que estas motos necesitan alguien que les recuerde que siguen siendo lo que siempre fueron: máquinas de generar sonrisas.

Nos vemos en la Impalada 2.017 si Dios quiere.

¡Viva Montesa!




jueves, junio 16, 2016

Impalada 2016: ... de una Impalada ...

Tercer día: Barcelona-Sant Vicenç-Alcañiz


Amanecimos temprano el sábado, y con muchísimas ganas de hacer la Impalada, que es mucho más que una buena excusa para ir de viaje. El recorrido previsto lo tenéis en el mapa de abajo. Este año partía de la fábrica Montesa-Honda, incluía una visita a la Exposición "100 años de motor" organizada Xavier Jordi y su gente del Motoclub Viladrau, y terminaba en Sant Vicenç de Montalt tras haber hecho el Montseny. Un recorrido más corto que el de otros años, pero con una pinta excelente a priori.


Con idea de salir juntos los amigos que íbamos a compartir jornada, quedamos en vernos a primera hora en casa de Nacho. Y allí estuvimos los tres madrileños más Pepe, Fernando y el bueno de Eugeni, que compartiría mesa y jornada con nosotros, como en varias de las Impaladas previas. Sólo faltaba Ramón, que se uniría al grupo en la salida.


Pocas compañías mejores se me ocurren, la verdad. Y el caso es que no me sería fácil contar cómo se formó este grupo donde cada uno viene de un lugar y tiene un equipaje diferente, pero donde todos disfrutan de la compañía de los otros, por distintos que puedan ser. Un verdadero lujo del que espero disfrutar tanto como Dios permita.

Y tras haber intentado arreglar la tendencia podemita de la bolsa de José María, agravada por la salida de los polos que le había conferido un grado de flaccidez que aún perjudicaba más su equilibrio, pusimos rumbo a Santa Perpetua. Releo lo escrito y veo que la explicación sobre los problemas de equipaje de Domínguez no puede ser menos clara. Así que hago un intermedio para explicarlo.

La bolsa de mi compañero es una maravilla de accesorio que procede de los 80. Como nuestra juventud, las Impala 2, y la Triumph Bonneville para la que fue diseñada. Consta de una plataforma de plástico rígido que se sujeta al depósito con correas para instalar sobre ella los distintos pisos de la bolsa a base de hebillas de presión. El problema estaba en la base, que tiene un agujero por donde hacer pasar el tapón de la gasolina, que en la Triumph va desplazado a la izquierda del depósito. Al ponerla en la Impala, donde la boca de llenado está centrada, todo el conjunto quedaba desplazado, y apoyaba mal. Pero lo solucionamos del mejor modo posible: navaja en mano, y recortando un poco la base de plástico para poder equilibrar mejor el conjunto.

El día que complementemos esto con un tapón que no pierda gasolina a chorros, va a ser la leche. A costa -eso sí- de que JM deje de oler como un jeque saudí durante los viajes. Con lo que viste eso.

Retomo el hilo, que me pierdo. El caso es que hacía días que la meteo indicaba posibilidad de lluvia en Viladrau. Pero nos encontramos con algunas gotas sueltas ya en el camino hacia Montesa Honda, con lo que al llegar a parque cerrado cada uno tomó una decisión ... y la de los madrileños, que aún recordaban la mojada de 2015, fue la de enfundarse en toda la ropa impermeable disponible, que es lo que estamos empezando a hacer en la foto de abajo:


Cubiertos ya por todo el nylon disponible, estuvimos saludando amigos, haciéndonos la foto de grupo y escuchando la emocionante carta que Manolo Maristany nos había escrito a los participantes poco antes de morir. Pocos aplausos más merecidos que el que se llevó el autor de "Operación Impala", Dios lo tenga en su gloria.


Entre las anécdotas del parque, me quedo con una, de las que emocionan. Resulta que Eugeni, tras leer mi análisis de la Wera Joker 10-13, se tropezó con una llave peculiar que había aparecido entre las herramientas del Morris de su padre y decidió regalármela. A fe que es rara de narices. Y que se vendrá a la Estepa en recuerdo de un amigo que siempre tiene algún detalle ... y con el que da gusto compartir kilómetros. Mil gracias, caballero.



Tras haber conocido a nuevos amigos como Eladio, y sintiendo no haber tenido más tiempo para Santi, Jaume, Susanna, José Antonio y el resto de la buena gente con la que coincides de año en año, empezamos a salir hacia uno de los primeros tramos bonitos del día: el conjunto St. Feliú de Codines y St. Miquel de Fai. Si debo decir la verdad, salí del parque con una sola idea en la cabeza: intentar por todos los medios que Carlos se encontrara cómodo con la Texas de Pep, y que no se nos fuera al suelo. Que por más kilómetros que lleve, era su primer cambio a la derecha. De tal modo que intenté ponerme tras él para la ascensión. Pero mi buena intención duró sólo un par de kilómetros, al cabo de los cuales me entró una llamada de teléfono de Fernando. Bendito sea el Interphone F3 que llevo en el casco, pues si no es por él, habría llegado hasta Tona sin darme cuenta de que José María había pinchado.

Así que dejé a Carlos y me di media vuelta, dado que los desmontables y las llaves de rueda viajaban en mi moto. Mientras retrocedía no pude evitar recordar que dos días antes estábamos dudando sobre si valía la pena llevar una cubierta y los desmontables, que suman bastante peso. Pero es sabido que Dios protege a los imbéciles, razón por la cual a nosotros nos tiene en palmitas. Y gracias a ello llevábamos el instrumental, además de tres cartuchos de CO2 para poder hinchar la cámara.

Aunque lo cierto es que aquí se descabaló por completo la jornada, no necesariamente fue para mal. Porque ver a un antiguo "Super" de Enduro cambiar una rueda es de esas cosas que te hacen aprender algo nuevo.



¡Una máquina cambiando gomas el Piris!

Cuando estuvo todo en orden, salimos hacia la gasolinera de Tona, donde esperaban los compañeros, a los que habíamos informado por el grupo de WhatsApp de la incidencia, y que aguardaron allí nuestra llegada para salir juntos hacia Viladrau. Alcanzamos la sede de la Exposición justo para ver cómo el resto de participantes la abandonaba camino del Montseny.

Así que nos pusimos a la cola del pelotón y echamos a andar. Y de nuevo Carlos y la Texas como obsesión. Así que me lo puse a rueda para ir enseñándole donde frenaba y que no le afectaran las curvas ciegas. Precaución innecesaria, porque -según lo que vi en el retrovisor- las trazadas del último de los madrileños dejaban ver que lleva años de moto, aunque fueran muy diferentes a la que conducía en esta ocasión.

De tal modo que tras el reagrupamiento decidí darle un poco de alegría al puño, y pasé dos ratos estupendos siguiendo primero a Fernando y luego a Eugeni. ¡Qué divertido es conducir las Impalitas "a todo lo que dan" en compañía de alguien que monta mejor que tu! 

Con una última frenada en la que casi nos pasamos el Restaurante, enfilamos hacia el parque cerrado donde ya habían llegado la mayoría de pilotos, y donde gracias a los buenos oficios de Nacho teníamos una mesa para los amigos. Montones de risas, regalos curiosos y una comida perfectamente organizada para cerrar la etapa





Es decir, que aunque no sea una sorpresa, de nuevo la Impalada en sí volvió a ser prácticamente perfecta. Lástima que no pudiéramos quedarnos hasta el final, porque nuestra idea de alcanzar Alcañiz con luz de día nos obligaba a salir de allí en torno a las 5 de la tarde, dejando atrás a los compañeros. Así que con toda la pena del mundo nos despedimos de Pep y fuimos a por las motos para abordar los más de 270 kilómetros que nos separaban de Alcañiz.





En los días de preparación habíamos decidido que, por poco que nos gustara, la ruta entre Sant Vicenç y Reus debía ser lo más rápida posible, porque en los alrededores de Barcelona el tráfico es impredecible. De tal modo que, asesorados por Fernando, trazamos una ruta de Autopista + Autovía que nos garantizaba alcanzar la N-420 en un tiempo mínimo.

¡Pobres motos, la paliza que llevaron! Cruceros sostenidos de 85-90 de GPS con la aguja bailando entre 90 y 100 de marcador, y un montón de carga. Pero se portaron como auténticas campeonas, ralentizando en los peajes como si estuvieran recién arrancadas. Espectacular.

Si no recuerdo mal, éste tramo fue el más largo (y el repostaje más grande) que hicimos en el viaje. Tanto apuramos  aparentemente que JM, que había puesto la reserva poco antes, me hizo señas para rellenar en mitad de la carretera, de modo que al llegar a Mora D'Ebre preguntamos a un Mosso que nos dijo que había dos opciones: o retroceder un kilometro para rellenar en el pueblo, o aguantar 15 kilómetros más por la N-420. Así que optamos por la prudencia y buscamos la gasolinera local ... donde me di cuenta de lo imbécil que uno puede llegar a ser.

Creo que os dije antes que me pasé el viaje maldiciendo en arameo cada vez que tocaba quitar la bolsa en cada repostaje, ¿verdad? Gran complemento a la jeringa modelo "Rocco" y al bote de espárragos a juego. Pues mirad la foto:


Si hubiera sido capaz de ver en lugar de sólo mirar, me habría dado cuenta de que una bolsa con fijaciones elásticas puede desplazarse hacia atrás sólo con empujarla, y sin necesidad alguna de desmontarla por completo. ¿Es o no es para matarme? 

Pero bien está lo que bien acaba. Así que me limité a asumir de nuevo mis muchas limitaciones, disfrutar de un paisaje precioso a medida que el día se iba retirando ...


... y sonreír de nuevo al ver que, una vez más, habíamos cubierto el objetivo y alcanzábamos El Trillero dentro del plazo previsto.


Y aunque notábamos el esfuerzo acumulado, la verdad es que la mezcla de satisfacción y nostalgia nos proporcionó una cena agradable y relajada que nos hizo caer en la cama como dos troncos tras haber guardado las motos.

Mañana os cuento en qué compañía durmieron las Impalas, y cómo fue la vuelta a Madrid.



miércoles, junio 15, 2016

Impalada 2016: Historia de una ida ...

Una de las cosas que más sorprenden al impalero que ha viajado con su moto es que alguien se pueda admirar de que dos personas decidan ir de viaje sobre monturas a las que perciben como “pequeñas” y “viejas”. Pero resulta más sorprendente aún que algunas de las personas que te felicitan por tu “hazaña” sean propietarias de motos clásicas, o incluso de alguna Impala.

Sé que en los últimos años la afición por la moto clásica y el hiperrealismo en las restauraciones ha llevado a que mucha gente las perciba como objetos de culto. Y puede que alguna de las clásicas sólo puedan aspirar a ser eso por su incapacidad para adaptarse a la vida real. Pero una Impala es otra cosa. Es una moto que se hizo para ser usada, y que languidece si sólo le quitas el polvo de vez en cuando.

De hecho, si hay una sola idea que me gustaría que el lector sacara de esta crónica sería la de “atrévete”. Piérdele el miedo, porque lo vas a disfrutar. Y vas a aprender mucho sobre tu moto, sobre ti mismo, y sobre tu país y su gente. Porque viajar con una Impala es algo que te cambia la perspectiva sobre muchas cosas que exceden del ámbito de la moto. Es un modo de sumergirte en una realidad que está ahí fuera esperándote, y que te puede regalar momentos de felicidad que desconoces si aún no lo has probado. Es la manera más efectiva que conozco de salir del mundo artificial en que vivimos los urbanitas del siglo XXI y volver a tomar contacto con la realidad. Es volver a ponerte cerca de la naturaleza y vivir un entorno donde disfrutas de una salida del sol que transforma el frío de la mañana en un calor que tu cuerpo agradece, donde escuchas sonar el agua en el fondo de un cañón junto al que paraste la moto para refrescarte un poco, donde las carreteras te permiten tener una perspectiva completa de las cosas y requieren de un tiempo para ser recorridas y donde, al final, tienes tiempo para mirarte a ti mismo y escucharte un poco, que siempre es necesario para no perder el norte.

¿O pensabas que un viaje de este tipo era sólo un asunto de quemar unos pocos de litros de gasolina con aceite?

Primer día: Madrid-Alcañiz




Pues nuestro recorrido de este año empezó el Jueves 9 de Junio. A las 8 de la mañana en concreto, que fue la hora a la que José María y yo habíamos quedado en el almacén de nuestra empresa. Previamente ambos habíamos dejado las motos llenas y el equipaje preparado el día anterior, con lo que sólo nos tomamos unos instantes para recomprobar presiones de los neumáticos y engrasar las cadenas.


Gracias a la decisión de no rehuir la autovía en la salida de Madrid llegamos muy rápido a Torreón de Ardoz, desde donde nos desviamos hacia el Gurugú, donde ya nos encontramos con las primeras carreteras con desniveles y curvas, que nos llevaron bastante rápido a lugares como El Pozo de Guadalajara, donde el entorno ya tenía muy poco que ver con el montón de cemento y asfalto que estábamos dejando atrás.


Pero es que a poco más de 60 kilómetros de nuestra salida, estábamos ya en Aranzueque, un pueblo de la provincia de Guadalajara dede donde tomamos la GU 212, una carretera pequeña pero de buen firme y con un montón de curvas bien trazadas y completamente diseñadas a la medida de nuestras motos, que tiene unas vistas de las que provocan una parada para hacerte una foto.


En esos momentos, todos los miedos que podían quedarme con haber confiado el diseño de la ruta a la web de Tomtom empezaban a despejarse, porque el paisaje era mucho más bonito que el de la ruta del año pasado ... de la que teníamos un buen recuerdo. Pero lo que no teníamos previsto era lo que íbamos a encontrarnos apenas 50 kilómetros después, al llegar a Alocén por la GU-998 y decidir pararnos en el Mirador. ¿Exagero si digo que sólo disfrutar de la vista justifica cualquier viaje?


De verdad, que es todo un espectáculo aunque la foto no le haga justicia del todo. La vista sobre los pantanos de Entrepeñas que forma el Tajo al pasar por allí es de las que merecerían un rato más largo que los quince minutos que pudimos parar.



Más o menos una hora después habíamos hecho los cincuentaypico kilómetros que nos separaban de Villanueva de Alcorón, también en Guadalajara, donde encontramos el que probablemente sea el bar de España que cuenta con el mayor número de sillas con la tapicería rota. Queda justo al lado de una gasolinera abandonada, y el conjunto da una sensación de decadencia que no gusta demasiado. Poco podíamos imaginar en aquel momento que estábamos a sólo un paso de otro de los lugares donde nos detuvimos por no hacer un desaire a una madre naturaleza que lo estaba dando todo por nosotros. Justo recién pasado Zaorejas, y por una de las carreteras de peor firme en el viaje, está esta garganta donde las vistas con como las que os pongo abajo. Palabra que merece la pena ampliar cada imagen:



Pero merecía aún más la pena pararse a escuchar. Porque en el fondo de la barranca de la izquierda, entre un olor a naturaleza alucinante, se oía correr entre piedras el agua de un arroyo que muere en el Tajo un poco más al norte, sin más sonido que te distrajera que el de los pájaros que debían alucinar viendo los dos bichos rojos que se habían parado junto a sus casas.

30 kilómetros de carretera divertida más te llevan a  Corduente, donde te encuentras con otra postal inesperada, pocos kilómetros antes de Molina de Aragón, donde teníamos previsto el primer repostaje, al cumplirse algo más de 200 kilómetros de la salida de Madrid. Juzga por ti mismo:



En el viaje anterior llegamos a Molina de Aragón por la carretera nacional, y en mitad de un diluvio brutal. Allí paramos para comer e intentar seguir lo más rápido posible porque la lluvia nos había retrasado mucho. En esta ocasión, era poco más de mediodía, pese a la ruta extrema por la que viajábamos. Lo que no había cambiado es el aspecto impresionante de su castillo, perfectamente visible desde la gasolinera.


Aquí empezó, eso sí, uno de los rituales más ridículos del viaje, pero con el que más nos hemos reído finalmente. Porque ... ¿en qué estaría yo pensando para decidir que el sistema óptimo para repostar era una jeringa de 60 cc que nos permitía medir perfectamente el aceite tras haberlo cogido de un bote de cristal? Haced cuentas: saca la botella de aceite, llena el bote, carga los 60 cc de la jeringa ... y ya sólo tienes que repetir la operación dos veces más para llenar el depósito. Demencial. Pero como añadirían Hernández y Fernández, yo aún diría más ... si le sumas la necesidad de retirar las bolsas antes de echar gasolina, cada parada en gasolinera era dar motivo para que el resto de parroquianos tuvieran un emocionado recuerdo para nuestros ancestros. Peor en las gasolineras Cepsa, donde el papel de limpieza lo tienen casi que en la caja fuerte y debes entrar a pedirlo. Un horror.

Y como no hay suficiente dolor en todo ello, esto, además, me obligó a hacer gran parte del viaje con una bolsa trasera donde cargaba 2 litros de Castrol, la jeringa y el bote, y que limitaba mi capacidad de moverme sobre el asiento. Pero aún hay más, porque la bendita bolsa debía ser reinstalada al acabar cada recarga del depósito, previa limpieza con papel de todos los elementos antes mencionados, si no querías acabar hecho una lástima y pringado de aceite por todos lados. Para el año que viene vamos a aplicar una ecuación muy sencilla, que dice que 1 litro de aceite = 8 tubos de los que se usan en las gasolineras. Y a hacer puñetas la jeringa, el bote de espárragos y la mochila supletoria para mantener el aceite separado.

Otros cincuenta y tantos kilómetros más nos llevaron a comer en Calamocha, tras pasar por  La Yunta y Torraba de los Sisonesa través de un camino vecinal que no estaba tan mal como cabía temer.

 

Tras una comida tan ligerita como se ve en la foto de arriba (y eso que no se ve el otro bocata de longaniza a la plancha que nos apretamos), y con el solazo que estaba cayendo, saqué de la bolsa mi chaleco refrigerante -bendito sea- que me permitió no morirme de un colapso mientras hacíamos la subida del Puerto de Fonfría.



Otra carretera sin un gran firme, pero con unas vistas maravillosas a ambos lados de la cumbre y muy disfrutable con motos ágiles como las nuestras. Atravesamos por ella Huesa del Común y Cortes de Aragón para acercarnos a Andorra y Calanda, que nos situaban ya a tiro de piedra de Alcañiz, que era nuestro  destino final para esta primera jornada. Allí, después de poner gasolina (y tener otro recuerdo para el bote de espárragos y el imbécil que lo juntó con la jeringa) nos acercamos a El Trillero, donde nos acogieron con su amabilidad habitual. Y como esta vez no había que poner cosas a secar, aprovechamos para dar una vuelta por allí, que el lugar merece la pena.


 




Segundo día: Alcañiz-Barcelona



Después de dormir como dos cincuentones descerebrados que hubieran hecho diez horas de moto el día anterior, salimos del Trillero con rumbo a Barcelona, no sin haber hecho, como corresponde, un desayuno de hombres duros de verdad, como el que se ve en la foto:


Jose (el dueño del local) se partía de risa viéndonos tomar un Colacao y un descafeinado con dos magdalenas. Porque conste que de los dos paquetes sólo comimos uno.

Un viaje que calcaba en su primera parte el recorrido del año pasado por la N-420, que hace una transición suave entre la dureza del paisaje aragonés y las primeras comarcas catalanas. Una carretera con buen firme, curvas amplias, y lugares donde no queda más remedio que parar para que aquello que ves se convierta en algo más permanente que un simple recuerdo. ¿O eres capaz de resistirte a esto?



A partir de aquí, sólo una parada cerca de Vila-rodona para beber algo fresco antes de tomar un camino bastante rápido hacia la Diagonal, donde nos esperaba el stand que el Motoclub había montado para la retirada de acreditaciones.


Si amplias la foto, querido lector, verás con aun mayor claridad cómo la moto de mi compañero se había hecho más de 600 kilómetros con la bolsa completamente escorada a la izquierda, cosa que solucionamos al día siguiente, cuando vimos cuál era la causa.

El caso es que allí empezamos a ver impaleros amigos. Desde el bueno de Carles Baró, que fue nuestro primer reencuentro este año, hasta el maestro Coro, pasando por muchos otros a los que fuimos saludando. Pero había que irse a tomar posesión del apartamento que alquilamos con Airbnb y ponerle algo de líquido al cuerpo como prólogo de una comida rápida, puesto que Carlos llegaba sobre las 16:30 y habíamos quedado con él y Fernando en La Illa.


Tras la comida, vuelta al apartamento, ducha rápida y nos recogió Pepe con su Impala carenada. No como otras. Y a partir de ahí, múltiples reencuentros, empezando por Fernando para casi completar el grupo a falta de Nacho, y un Carlos que alucinaba con la Texas de Pep. Aquí estamos (casi) todos en amor y compañía y se puede ver la cara de felicidad de Carlos, que vivía su primera Impalada en unas condiciones como para no olvidar.


 

Como tampoco olvidaremos el detallazo que se marcó José María:


Unos polos conmemorativos, de los que no podéis ver la espalda, en que llevan la leyenda que lucía John Haberbosch en su camiseta de las Montesadas: "Life is an adventure or it is nothing". 

Y de ahí, a casa de Nacho a dejar las motos para la mañana siguiente, previo engrasado de cadenas. Los pilotos pusieron rumbo a una cena agradabilísima organizada por Pepe, a la que se sumó Ramón Valls para tener el grupo completo.


La idea era cenar pronto para acostarse temprano, dado que para el día siguiente nos esperaba la Impalada ... y la vuelta a Alcañiz. Pero fue imposible. Había tantas cosas por contarse después de un año desde la visita de Fernando y Nacho, que terminamos tomando una copa después de cenar, para acostarnos pasadas las doce. Que no es mal modo de terminar un día que servía de prólogo a la Impalada, que es el acto central del viaje.

Pero esto os lo contaré otro día.