"De todos los bienes que la sabiduría procura para la felicidad de una vida entera, el mayor con mucho es la adquisición de la amistad."
(Epicuro, Máximas Capitales (XXVIII)
Hace 8 años que nos dejó Pepe Maciá. Recuerdo que era Marzo de 2017, y que recibí una llamada de un incrédulo Nacho Bartlett, contándome que aquella mañana, nuestro amigo simplemente no se había despertado. Fue nuestra primera gran ausencia en el grupo. Una salida dura, rápida y cruel, que nos dejó a todos desconsolados porque Pepe se nos fue lleno de vida y sin que nada nos hubiera permitido anticipar su falta.
El jueves 4 de Diciembre de 2025 hemos tenido la segunda. Después de casi cinco años peleando contra su genética y su destino, Nacho ha ido a reunirse con Pepe, allá donde Dios quiera que se encuentren los amigos que han pasado al otro lado.
Conocí a Nacho hace ahora casi 20 años. Un domingo cualquiera recibí un correo electrónico de alguien que tenía una Texas 175 hecha una pena y necesitaba ayuda con su restauración. Le contesté sobre la marcha, y con ello empezó una relación que se iba a convertir en el inicio de un grupo de amigos que nos lleva haciendo la vida mejor desde entonces.
Releo correos de aquella época y lo cierto es que nos divertimos. Le presenté a nuestro recordado John Haberbosch, le ayudé a comprar algunas piezas en Ebay USA, y al cabo de un año nos pusimos cara en la Montesada de 2007. A partir de ahí, entre Montesadas e Impaladas aparecieron en mi vida (y en la de José María y Charlie) Fernando Piris, Eugeni Tiana, Pepe Maciá, Carlos Badía, Sechu y una lista larga de amigos y conocidos que han estado presentes en muchos de mis mejores (y mis peores) momentos.
Pero el punto de partida fue aquel correo de Nacho pidiendo ayuda con la bendita Texas. Sepa Dios donde vaya a terminar esa moto, pero si también hay un cielo para ellas, se lo tiene ganado.
En este momento han pasado dos horas desde que me senté frente al teclado con ánimo de escribir sobre Nacho, pero lo voy a dejar aquí. Demasiadas historias por contar, y tengo el ánimo en mínimos. Hablar ahora de su viaje con Fernando que nos descubrió su afición por las croquetas, o contaros de dónde salió su grito de guerra de "¡A las motos!" con que cortaba las intervenciones que no le gustaban en el grupo de WhatsApp me supone un esfuerzo absurdo, porque me quedaría sólo con la superficie de lo que querría dejar aquí.
Porque el mejor recuerdo que voy a conservar de Nacho no serán las anécdotas divertidas, o la sonrisa recordando lo pesado que podía llegar a ser, sino la lección de fe, de voluntad y de entereza que nos ha dado afrontando el cáncer que finalmente se lo ha llevado. Si es cierto que la medida de un ser humano se aprecia mejor en la adversidad, nos ha dejado un hombre verdaderamente grande.
