miércoles, junio 15, 2016

Impalada 2016: Historia de una ida ...

Una de las cosas que más sorprenden al impalero que ha viajado con su moto es que alguien se pueda admirar de que dos personas decidan ir de viaje sobre monturas a las que perciben como “pequeñas” y “viejas”. Pero resulta más sorprendente aún que algunas de las personas que te felicitan por tu “hazaña” sean propietarias de motos clásicas, o incluso de alguna Impala.

Sé que en los últimos años la afición por la moto clásica y el hiperrealismo en las restauraciones ha llevado a que mucha gente las perciba como objetos de culto. Y puede que alguna de las clásicas sólo puedan aspirar a ser eso por su incapacidad para adaptarse a la vida real. Pero una Impala es otra cosa. Es una moto que se hizo para ser usada, y que languidece si sólo le quitas el polvo de vez en cuando.

De hecho, si hay una sola idea que me gustaría que el lector sacara de esta crónica sería la de “atrévete”. Piérdele el miedo, porque lo vas a disfrutar. Y vas a aprender mucho sobre tu moto, sobre ti mismo, y sobre tu país y su gente. Porque viajar con una Impala es algo que te cambia la perspectiva sobre muchas cosas que exceden del ámbito de la moto. Es un modo de sumergirte en una realidad que está ahí fuera esperándote, y que te puede regalar momentos de felicidad que desconoces si aún no lo has probado. Es la manera más efectiva que conozco de salir del mundo artificial en que vivimos los urbanitas del siglo XXI y volver a tomar contacto con la realidad. Es volver a ponerte cerca de la naturaleza y vivir un entorno donde disfrutas de una salida del sol que transforma el frío de la mañana en un calor que tu cuerpo agradece, donde escuchas sonar el agua en el fondo de un cañón junto al que paraste la moto para refrescarte un poco, donde las carreteras te permiten tener una perspectiva completa de las cosas y requieren de un tiempo para ser recorridas y donde, al final, tienes tiempo para mirarte a ti mismo y escucharte un poco, que siempre es necesario para no perder el norte.

¿O pensabas que un viaje de este tipo era sólo un asunto de quemar unos pocos de litros de gasolina con aceite?

Primer día: Madrid-Alcañiz




Pues nuestro recorrido de este año empezó el Jueves 9 de Junio. A las 8 de la mañana en concreto, que fue la hora a la que José María y yo habíamos quedado en el almacén de nuestra empresa. Previamente ambos habíamos dejado las motos llenas y el equipaje preparado el día anterior, con lo que sólo nos tomamos unos instantes para recomprobar presiones de los neumáticos y engrasar las cadenas.


Gracias a la decisión de no rehuir la autovía en la salida de Madrid llegamos muy rápido a Torreón de Ardoz, desde donde nos desviamos hacia el Gurugú, donde ya nos encontramos con las primeras carreteras con desniveles y curvas, que nos llevaron bastante rápido a lugares como El Pozo de Guadalajara, donde el entorno ya tenía muy poco que ver con el montón de cemento y asfalto que estábamos dejando atrás.


Pero es que a poco más de 60 kilómetros de nuestra salida, estábamos ya en Aranzueque, un pueblo de la provincia de Guadalajara dede donde tomamos la GU 212, una carretera pequeña pero de buen firme y con un montón de curvas bien trazadas y completamente diseñadas a la medida de nuestras motos, que tiene unas vistas de las que provocan una parada para hacerte una foto.


En esos momentos, todos los miedos que podían quedarme con haber confiado el diseño de la ruta a la web de Tomtom empezaban a despejarse, porque el paisaje era mucho más bonito que el de la ruta del año pasado ... de la que teníamos un buen recuerdo. Pero lo que no teníamos previsto era lo que íbamos a encontrarnos apenas 50 kilómetros después, al llegar a Alocén por la GU-998 y decidir pararnos en el Mirador. ¿Exagero si digo que sólo disfrutar de la vista justifica cualquier viaje?


De verdad, que es todo un espectáculo aunque la foto no le haga justicia del todo. La vista sobre los pantanos de Entrepeñas que forma el Tajo al pasar por allí es de las que merecerían un rato más largo que los quince minutos que pudimos parar.



Más o menos una hora después habíamos hecho los cincuentaypico kilómetros que nos separaban de Villanueva de Alcorón, también en Guadalajara, donde encontramos el que probablemente sea el bar de España que cuenta con el mayor número de sillas con la tapicería rota. Queda justo al lado de una gasolinera abandonada, y el conjunto da una sensación de decadencia que no gusta demasiado. Poco podíamos imaginar en aquel momento que estábamos a sólo un paso de otro de los lugares donde nos detuvimos por no hacer un desaire a una madre naturaleza que lo estaba dando todo por nosotros. Justo recién pasado Zaorejas, y por una de las carreteras de peor firme en el viaje, está esta garganta donde las vistas con como las que os pongo abajo. Palabra que merece la pena ampliar cada imagen:



Pero merecía aún más la pena pararse a escuchar. Porque en el fondo de la barranca de la izquierda, entre un olor a naturaleza alucinante, se oía correr entre piedras el agua de un arroyo que muere en el Tajo un poco más al norte, sin más sonido que te distrajera que el de los pájaros que debían alucinar viendo los dos bichos rojos que se habían parado junto a sus casas.

30 kilómetros de carretera divertida más te llevan a  Corduente, donde te encuentras con otra postal inesperada, pocos kilómetros antes de Molina de Aragón, donde teníamos previsto el primer repostaje, al cumplirse algo más de 200 kilómetros de la salida de Madrid. Juzga por ti mismo:



En el viaje anterior llegamos a Molina de Aragón por la carretera nacional, y en mitad de un diluvio brutal. Allí paramos para comer e intentar seguir lo más rápido posible porque la lluvia nos había retrasado mucho. En esta ocasión, era poco más de mediodía, pese a la ruta extrema por la que viajábamos. Lo que no había cambiado es el aspecto impresionante de su castillo, perfectamente visible desde la gasolinera.


Aquí empezó, eso sí, uno de los rituales más ridículos del viaje, pero con el que más nos hemos reído finalmente. Porque ... ¿en qué estaría yo pensando para decidir que el sistema óptimo para repostar era una jeringa de 60 cc que nos permitía medir perfectamente el aceite tras haberlo cogido de un bote de cristal? Haced cuentas: saca la botella de aceite, llena el bote, carga los 60 cc de la jeringa ... y ya sólo tienes que repetir la operación dos veces más para llenar el depósito. Demencial. Pero como añadirían Hernández y Fernández, yo aún diría más ... si le sumas la necesidad de retirar las bolsas antes de echar gasolina, cada parada en gasolinera era dar motivo para que el resto de parroquianos tuvieran un emocionado recuerdo para nuestros ancestros. Peor en las gasolineras Cepsa, donde el papel de limpieza lo tienen casi que en la caja fuerte y debes entrar a pedirlo. Un horror.

Y como no hay suficiente dolor en todo ello, esto, además, me obligó a hacer gran parte del viaje con una bolsa trasera donde cargaba 2 litros de Castrol, la jeringa y el bote, y que limitaba mi capacidad de moverme sobre el asiento. Pero aún hay más, porque la bendita bolsa debía ser reinstalada al acabar cada recarga del depósito, previa limpieza con papel de todos los elementos antes mencionados, si no querías acabar hecho una lástima y pringado de aceite por todos lados. Para el año que viene vamos a aplicar una ecuación muy sencilla, que dice que 1 litro de aceite = 8 tubos de los que se usan en las gasolineras. Y a hacer puñetas la jeringa, el bote de espárragos y la mochila supletoria para mantener el aceite separado.

Otros cincuenta y tantos kilómetros más nos llevaron a comer en Calamocha, tras pasar por  La Yunta y Torraba de los Sisonesa través de un camino vecinal que no estaba tan mal como cabía temer.

 

Tras una comida tan ligerita como se ve en la foto de arriba (y eso que no se ve el otro bocata de longaniza a la plancha que nos apretamos), y con el solazo que estaba cayendo, saqué de la bolsa mi chaleco refrigerante -bendito sea- que me permitió no morirme de un colapso mientras hacíamos la subida del Puerto de Fonfría.



Otra carretera sin un gran firme, pero con unas vistas maravillosas a ambos lados de la cumbre y muy disfrutable con motos ágiles como las nuestras. Atravesamos por ella Huesa del Común y Cortes de Aragón para acercarnos a Andorra y Calanda, que nos situaban ya a tiro de piedra de Alcañiz, que era nuestro  destino final para esta primera jornada. Allí, después de poner gasolina (y tener otro recuerdo para el bote de espárragos y el imbécil que lo juntó con la jeringa) nos acercamos a El Trillero, donde nos acogieron con su amabilidad habitual. Y como esta vez no había que poner cosas a secar, aprovechamos para dar una vuelta por allí, que el lugar merece la pena.


 




Segundo día: Alcañiz-Barcelona



Después de dormir como dos cincuentones descerebrados que hubieran hecho diez horas de moto el día anterior, salimos del Trillero con rumbo a Barcelona, no sin haber hecho, como corresponde, un desayuno de hombres duros de verdad, como el que se ve en la foto:


Jose (el dueño del local) se partía de risa viéndonos tomar un Colacao y un descafeinado con dos magdalenas. Porque conste que de los dos paquetes sólo comimos uno.

Un viaje que calcaba en su primera parte el recorrido del año pasado por la N-420, que hace una transición suave entre la dureza del paisaje aragonés y las primeras comarcas catalanas. Una carretera con buen firme, curvas amplias, y lugares donde no queda más remedio que parar para que aquello que ves se convierta en algo más permanente que un simple recuerdo. ¿O eres capaz de resistirte a esto?



A partir de aquí, sólo una parada cerca de Vila-rodona para beber algo fresco antes de tomar un camino bastante rápido hacia la Diagonal, donde nos esperaba el stand que el Motoclub había montado para la retirada de acreditaciones.


Si amplias la foto, querido lector, verás con aun mayor claridad cómo la moto de mi compañero se había hecho más de 600 kilómetros con la bolsa completamente escorada a la izquierda, cosa que solucionamos al día siguiente, cuando vimos cuál era la causa.

El caso es que allí empezamos a ver impaleros amigos. Desde el bueno de Carles Baró, que fue nuestro primer reencuentro este año, hasta el maestro Coro, pasando por muchos otros a los que fuimos saludando. Pero había que irse a tomar posesión del apartamento que alquilamos con Airbnb y ponerle algo de líquido al cuerpo como prólogo de una comida rápida, puesto que Carlos llegaba sobre las 16:30 y habíamos quedado con él y Fernando en La Illa.


Tras la comida, vuelta al apartamento, ducha rápida y nos recogió Pepe con su Impala carenada. No como otras. Y a partir de ahí, múltiples reencuentros, empezando por Fernando para casi completar el grupo a falta de Nacho, y un Carlos que alucinaba con la Texas de Pep. Aquí estamos (casi) todos en amor y compañía y se puede ver la cara de felicidad de Carlos, que vivía su primera Impalada en unas condiciones como para no olvidar.


 

Como tampoco olvidaremos el detallazo que se marcó José María:


Unos polos conmemorativos, de los que no podéis ver la espalda, en que llevan la leyenda que lucía John Haberbosch en su camiseta de las Montesadas: "Life is an adventure or it is nothing". 

Y de ahí, a casa de Nacho a dejar las motos para la mañana siguiente, previo engrasado de cadenas. Los pilotos pusieron rumbo a una cena agradabilísima organizada por Pepe, a la que se sumó Ramón Valls para tener el grupo completo.


La idea era cenar pronto para acostarse temprano, dado que para el día siguiente nos esperaba la Impalada ... y la vuelta a Alcañiz. Pero fue imposible. Había tantas cosas por contarse después de un año desde la visita de Fernando y Nacho, que terminamos tomando una copa después de cenar, para acostarnos pasadas las doce. Que no es mal modo de terminar un día que servía de prólogo a la Impalada, que es el acto central del viaje.

Pero esto os lo contaré otro día.








5 comentarios:

  1. Muy buena crónica, refleja perfectamente de lo que se trata todo ésto. De hecho, la frase "tienes tiempo para mirarte a ti mismo y escucharte un poco, que siempre es necesario para no perder el norte" es perfecta, porque distanciarte de las cosas, concentrarte en la carretera y el entorno, elimina todo ese ruido que te impide reflexionar.

    Yo he empezado mi crónica pero, por alguna razón, no me sale. Deberé reposar un poco más las sensaciones.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. A mi me está costando mucho este año también, camarada. Debe ser la acumulación de sensaciones, que dices tu. Pero sea como fuere, gracias por formar parte de todo esto.

      Eliminar
  2. envidia sana....pero envidia dais :-)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues no es complicado, ni caro. y todavía no lo han prohibido. Yo de ti, aprovechaba. ;-)

      Eliminar
  3. Ja ja tienes razón me voy plantear seriamente hacerme con una impala

    ResponderEliminar

Como diría Juan Ramón Jiménez, mi troll es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

Probablemente no tiene huesos y por eso insulta bajo seudónimo. Pero además de cobarde es tan coñazo que he decidido que sólo me moleste a mi. De tal modo que a partir de ahora me quedo con la exclusiva de leer sus bobadas. Disculpadme el resto que os haga pasar por la "moderación" de vuestros comentarios.