viernes, junio 17, 2016

Impalada 2016: ... y de una vuelta


Cuarto día: Alcañiz-Madrid


Tras haber cerrado el día anterior cenando tranquilamente en Alcañiz y repasando las última noticias del día (impagable la anécdota de la bujía perdida por Carlos cerca de Barcelona a la vuelta de la Impalada) tocaba recoger las motos para enfrentarse al último tramo del viaje. Algo más corto en este caso que la ida, porque tomamos carreteras nacionales, como hicieron Fernando y Nacho el año anterior en su camino hacia Madrid.



No sé si os ha ocurrido recientemente, pero hay momentos en la vida en que la mezcla de sensaciones es tan extraña que provoca un estado mental muy peculiar. Suena el despertador y, por un lado tienes ganas de estar en casa con tu familia de nuevo, pero por el otro te da una pena infinita que se esté acabando un viaje del que has disfrutado tanto. Aunque lo cierto es que el día, pese a ser más corto que los anteriores, nos tenía reservados momentos estupendos.

El primer flash que recuerdo es sacando las motos del local que nos prestó Jose, donde finalmente pudimos ver su moto a la luz del día. Juzgad por vosotros mismos:



Su mismo propietario admite que amortigua no por desplazamiento de las botellas sobre las barras, sino por la enorme flexión que tienen éstas. Debo admitir que, aunque no me llamen la atención estas motos, debe ser una experiencia curiosa conducirlas ... por más que de sólo mirar el asiento ya te duela el trasero. No puedo entender cómo su dueño ha sido capaz de recorrerse media Europa con su mujer de paquete a lomos de un cacharro así.

Pero por interesante que fuera la Harley, el ritual de la mañana tenía que repetirse: es momento de poner el equipaje en las motos antes de salir.


Y aquí también hemos aprendido algo que igual vale la pena compartir. Tiene que ver  con las redes que usamos para fijar al asiento los bultos que llevábamos atrás. Imagino que os habrá pasado lo mismo que a nosotros: siendo bultos pequeños, la red queda muy floja si simplemente metes los ganchos por debajo del asiento, con lo que la primera tendencia es a buscar un punto de anclaje más abajo. Pero no hay muchas opciones en la Impala, salvo que te vayas a uno de los reposapiés traseros, que quedan demasiado lejos, o a las tuercas de los amortiguadores, que no tienen un reborde cómodo para eso.

La solución óptima es de una sencillez absurda, y se puede ver en la foto de detalle que os pongo abajo:


Se trata simplemente de, una vez puestos los ganchos en el primer lado del asiento, tensar con la mano, y hacer volver hacia atrás al primer gancho del lado opuesto, pasándolo por uno de los recuadros que forma la red que están próximos al lado inicial para llevarlo finalmente a su posición en el otro costado. Y luego haces lo mismo con los otros dos. Como puede verse arriba esto monta un pequeño lío sobre el segundo extremo, pero hace que la tensión de la goma sea buena para fijar el bulto. Aunque tiene un inconveniente: cuando desmontas tienes que deshacer todo el lío antes de volverlo a montar.

No sé si ha sido una explicación brillante, la verdad. Pero confío en que vuestra inteligencia supla mi torpeza como narrador.

Con las motos cargadas, los cortavientos puestos para protegernos del frescor de la mañana, y cerrado el Trillero, nos fuimos a desayunar al "Epsilon", que está en el extremo opuesto de la Plaza de Santo Domingo. Y allí, café en mano, tuvo lugar uno de esos encuentros de los que te acuerdas al cabo de los años.


En la puerta del Hostal se paran los dos ciudadanos de arriba. Un Domingo, a las siete y pico de la mañana, para desayunar. El de la izquierda deja su perro amarrado a la valla que circunda la terraza, y cuando van a entrar reparan en que los dos fulanos que están en la terraza vestidos de extraterrestre no viajan en unas RRRRR sino en dos Montesas Impala. Y se quedan mirando. Primero a las motos. Luego a nosotros. Y luego de nuevo a las motos. Hasta que el de los tirantes -lamento profundamente no recordar el nombre- nos suelta el inevitable y esperado "yo tuve una como ésa". ¡Qué personaje! Aragonés de pura cepa, pero había trabajado en Barcelona durante años, corrido en cross con Montesa, y conocido a los dueños de Blitz, de quienes sabía que hacían unas Impalas muy rápidas.  Pero es que además recordaba incluso el nombre de Kalevi Vehkonen, como piloto responsable del desarrollo de las Cappra VR que él había pilotado en su juventud, y nos contó un montón de anécdotas graciosas como cuando cambio su Impala por un Seat 600 para acto seguido darse tal bofetada con él que lo partió por la mitad. Decía que su mujer no tenía un buen recuerdo de aquello. Un placer inesperado para un desayuno que había empezado sin más pretensión que ponernos en camino rápido.

Y una reflexión, que siempre te acaba rondando cuando viajas a través de lo más profundo de España. Te pasas un rato con este tipo de gente y piensas que, aunque han pasado nueve siglos desde el Cantar del Mío Cid, aquél "Dios, qué buen vassallo, si oviesse buen señore!" sigue igual de vigente. ¿Cómo es posible que nunca hayamos tenido gobernantes capaces de sacar partido de la calidad humana de sus paisanos?

Con todo el (interesado y artificial) lío que tenemos montado, andas por el país y hablas con su gente y te vienen a la cabeza de nuevo aquellos versos del "Libertad sin ira" de Jarcha:

"Gente que sólo desea su pan, 
su hembra y la fiesta en paz "

¿Será que me hago mayor? O tal vez no. Una de las cosas que más enriquecen en un viaje como el nuestro es precisamente el ver como la vida fluye; cómo hay un continuo en el paisaje y las personas que hace que los cambios sean siempre progresivos. No pasas del llano manchego a la dureza del paisaje aragonés saltando una línea, como no sales de Aragón a la montaña catalana pasando otra. Y cuando lo ves con tiempo y perspectiva, siempre terminas por hacerte la misma pregunta: ¿por qué ponemos tanta pasión en lo que nos separa en lugar de disfrutar de tanto como nos une? Supongo que habrá que planteársela a quienes nos gobiernan. Pero no da sensación de que estén haciendo un gran trabajo en este sentido.

Con esas reflexiones en la cabeza, arrancamos las motos y tomamos la N-420 de nuevo, que comparada con la ruta de la ida nos parecía una autopista. Y pasamos temprano por lugares como Alcorisa ...


O Castell de Cabra ...



... camino de Montalbán, donde debíamos enlazar con la N-211 para llegar hasta Caminreal, donde teníamos previsto repostar de nuevo.


Claro que al pasar cerca de Pancrudo hubo que pararse a tomar esta foto. Era como si el puerto fuera en recuerdo de un primo recortado de José María.


Cerca de la gasolinera de Caminreal, y aprovechando una recta larguísima, hice por primera vez la prueba de ver qué velocidad real era capaz de alcanzar la Impala. Y llegué a ver poco más de 105 kilómetros por hora de GPS. Que con un piloto de mi tonelaje, equipaje por un tubo, y una bolsa sobredepósito que no favorece la aerodinámica, no parece un mal dato. Supongo que con menos carga y agachado sobre el depósito podría irse a 110-115 con lanzamiento suficiente.

Ojo, que hablo de velocidad real, y no de lo que iba diciendo el velocímetro, cuya aguja bailaba alegremente en torno a 110-115 en el momento de máxima velocidad. Y eso que al mío se le cambió hace poco la mecánica VDO original por otra igual. Que el chino de JM oscila con una amplitud de unos 30 kilómetros por hora entre extremos.

Y pocos kilómetros más adelante nos esperaba otra de las anécdotas del día. Protagonizada por el tesorero de la expedición, que decidió irse sin pagar del bar de Molina de Aragón donde paramos a beber un poco. Fijaos cómo está pasando por caja con el casco puesto ... después de que el dueño -que era como un armario ropero- nos preguntara si pensábamos irnos sin pagar. Se ve que teníamos la cabeza puesta en otro sitio.


Por cierto, aprovecho para poneros una de las mejores fotos del viaje, hecha por mi compañero sin darse cuenta de lo que estaba retratando en general. Y no haré más comentario.


Un poco más allá de Molina, y antes de salir a la autovía por culpa de un GPS que tiene un problema personal con Jadraque, fuimos detenidos por la Benemérita, que nos invitó amablemente a usar el aparato que os muestro a continuación. Según nos dijo uno de los agentes, si presentas doce a 0,0 te regalan un punto de carnet.


Y, como en el viaje anterior, por alguna razón que se me escapa, el Tomtorrón de GPS que llevábamos decidió que a Jadraque iban a ir nuestras señoras madres, porque él se volvía a Madrid por autovía, que ya estaba harto. De tal modo que tuvimos que encomendaros al Waze, que nos sacó del apuro por unos caminitos que encontró, con un aspecto de lo más primaveral.


Que nos llevaron por fin a ver el fantástico castillo que Eugeni identificó nada más ver la foto. La verdad es que daban ganas de subir a verlo, pero a alguno nos esperaban ya en casa para ayudar a preparar una cena con los futuros suegros de mi hija mayor, y no podíamos escaquearnos por más tiempo.



Así que tras una comida rápida y sana en la gasolinera, donde nos homenajeamos con unos cacahuetes y unos palitos de queso maridados con una Coca Cola Zero y una botella de agua mineral, pusimos rumbo a casa. Recorrido sin mucha más historia que un calor bastante fuerte y un pequeño pique con un Seat Ibiza que aprendió que, en según qué carreteras, una Impala cargada es un cacharro al que no despegas con tanta facilidad por más alto que pongas el chunda-chunda que llevas para evitar el ruido a vacío que hace tu cerebro.

Finalmente, con el cuentakilómetros marcando 27.335 kilómetros por los 25.694 que tenía al salir de casa, llegamos a mitad del Paseo de la Castellana, donde José María y yo nos separamos, no sin una enorme sonrisa al comprometernos a repetir el año que viene ... y a no olvidar que estas motos necesitan alguien que les recuerde que siguen siendo lo que siempre fueron: máquinas de generar sonrisas.

Nos vemos en la Impalada 2.017 si Dios quiere.

¡Viva Montesa!




6 comentarios:

  1. Todo lo bueno se acaba pero no es más que el inicio de otro proyecto. Se trata de cambiar unas cosas buenas por otras, no de pasar de lo bueno a lo malo.

    El "simpa" salió mal por poco :-)

    "Alguien" ha propuesto hacer parte de la ruta por la noche y tiene su punto. Ya estoy viendo a la Impala con luces led matriciales.

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    1. No sé quién habrá sido el descerebrado que ha propuesto semejante cosa. Pero ... ¡apetece!

      Ya tenemos novedad para el año que viene. ¿Cuántos faros cabrán en un carenado?

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  2. Excelentes los cuatro episodios de la Super Impalada que os habeis montado José Mª y tú en 2016 y que nos permiten revivir de forma directa los buenos ratos pasados por todos y, a través de vuestro viaje, las emociones que produce ir en moto. Preciosas imágenes y soberbia en particular la de Entrepeñas. Evocadoras rutinas (repostaje, aceite, comidas, etc.) que siempre se producen y que durante unos días son parte para siempre del Adn del viaje. Que grandes momentos se pasan cuando un grupo de amigos deciden poner cada uno todo de su parte para disfrutar juntos de algo, entonces los problemas se convierten en pequeñeces y se divierte uno con todo, tanto de paseo total como en algún momento de conducción más ligera. Después de ir leyendo las entradas de una en una, ayer tranquilamente las enlacé todas y pasé un muy buen rato, que repetiré más veces. Alguna vez, algún escritor aficionado me ha explicado que aunque al principio se justificaba diciendo que escribía para el, en realidad se daba cuenta que eso no tenía sentido si no era para comunicarlo a otros, así que como lector me felicito y te agradezco que hayas escrito estas entradas que nos permiten seguir disfrutando en el tiempo de tan buenos momentos pasados, esperando que se vuelvan a repetir, en compañia de ambos, todas las veces que podamos.

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    1. ¿Qué puedo decirte, Fernando? ... aparte de que también espero poder disfrutar de muchas Impaladas con todos vosotros, y que agradezco que nuestros destinos se hayan cruzado.
      Un abrazo fuerte y gracias por tu amistad!

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  3. ¡Por fin he podido leer completamente la crónica! ¡Muy buena y qué envidia me dais!

    VIVA MONTESA!

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Como diría Juan Ramón Jiménez, mi troll es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

Probablemente no tiene huesos y por eso insulta bajo seudónimo. Pero además de cobarde es tan coñazo que he decidido que sólo me moleste a mi. De tal modo que a partir de ahora me quedo con la exclusiva de leer sus bobadas. Disculpadme el resto que os haga pasar por la "moderación" de vuestros comentarios.