Mi primer recuerdo de una Vespa, más allá de eventuales paseos con las que abundaron en mi pandilla a los 16 años, es el de la P200E de mi hermano Rafa. Mi Ducati Desmo estaba parada por falta de presupuesto, su muñeca escayolada y le cambié el Ford Fiesta por la moto durante unas semanas. Suficiente para darme cuenta de que aquello era completamente distinto a cualquier cacharro de dos ruedas que yo hubiera conducido antes. Y eso que venía avisado, porque los inicios de mis amigos con las Primavera fueron traumáticos; que yo recuerde en este momento, Eduardo se partió un brazo al frenar sobre adoquín mojado, "el Botijo" la untó contra una farola en un pique con la Derbi de Pepe, Rafa se dio otro porrazo con la Vespa de "el Cepa" a la que hubo que cambiarle el chasis, y algunos otros arrastrones de menor entidad.
Cuando recuperé el Fiesta y la Ducati, me olvidé de aquel bicho extraño que se cruzaba al frenar fuerte de atrás y hacía cosas increíbles cuando usabas el freno de delante. Y así pasaron cuarenta y tantos años hasta que Tomás me puso un WhatsApp para preguntarme si aceptaba como regalo una 200 con intermitentes que su suegra llevaba demasiado años viendo parada en el garaje. Adjuntaba unas fotos donde se podía ver que estaba bastante entera, aunque con señales claras de no haber llevado buena vida:
Además, el estado legal era complicado, puesto que los papeles estaban a nombre de un antiguo dueño que murió sin que la moto se tuviera en cuenta en la herencia. Pero como no tenía proyecto a la vista, me hice cargo de la moto después de que el bueno de Ricardet me solucionara el embrollo legal.
El caso es que, al recogerla, me dio una primera alegría, que fue arrancar en cuatro o cinco patadas ... sin ni siquiera cambiar la gasolina del año 2002 que tenía en el depósito. Y así llegó a casa poco antes del verano de 2025, a la espera de venirse al pueblo para que empezara a darle un repaso. Ahí la tenéis en el garaje junto a mis dos antílopes, a la espera de su primer viaje a la estepa.
Y en la estepa quedó hasta que a principio de Septiembre me escapé un fin de semana para darle una primera vuelta y hacer control de daños.
El carburador estaba tan sucio como cabía suponer, el escape muy oxidado, y la rejilla de protección del ventilador había conocido tiempos mejores. Pero a estas alturas, debo reconocer que le estaba empezando a coger cariño a este engendro mecánico que el destino había puesto en mi camino. Hay que reconocer que con la rejilla pintada, el carenado fuera (nunca me gustaron) y una limpieza, empezaba a verse otra cosa.

... y mucho peor cuando lo desmonté por completo:





































