Hablo poco de ella, pero mi BMW R1200GS lleva ya 10 años en mi vida. La compré con muchísima ilusión, y me encantó desde el primer momento por su motor, su sonido, por una electrónica muy avanzada para su época (un ABS estupendo y una revolucionaria suspensión electrónica entre otras cosas) y también por su peculiar telelever, que te cambia el modo de conducir ... y hasta hace que parezcas mejor piloto a veces.
El caso es que, pese a seguir feliz con ella, mi hijo ascendió hace poco en el trabajo y se estuvo planteando cambiar desde su GS850 Adventure a una R 1250 GS. Y de tanto charlar con él, terminé por pensar que diez años eran un plazo bastante razonable para jubilar un vehículo y que, a mis 58, había posibilidades de que la siguiente moto grande fuera también mi última moto grande.
Y entonces te vas a mirar las web de segunda mano y compruebas que tu 1200 vale aún un dinerito, y que en la página de BMW todo son facilidades para hacerte con una de las nuevas casi sin darte cuenta. Y para más desgracia, coincide con que tu hijo te dice que si le llevas al concesionario para recoger su Adventure de revisión. Así que te plantas allí, y te meten por los ojos una 1250 Triple Black, que tiene un frontal más bonito que el de mi moto. Muy distinta a la Rally que le llama la atención a mi hijo. En esas condiciones, ¿cómo no vas a pedir un presupuesto para la nueva, y una prueba para salir de dudas antes de meterte en el lío?
Pues eso hicimos los dos: pedir la prueba. En días distintos, pero con la misma unidad de concesionario: una Triple Black con ruedas de radios ya rodada y llena de extras. Que resultó más familiar para mi hijo, puesto que su moto lleva ya la nueva pantalla TFT con el mando de control rotatorio en el puño izquierdo, y algo más ajena para mi, que llevo 20 años acostumbrado a que el intermitente izquierdo está a la izquierda y el derecho en la derecha. Algo tan maravillosamente lógico que uno echa en falta cuando se plantea pasar de una BMW clásica a las modernas que siguen el estándar japonés.
Mi hijo fue el primero en probarla y me llamó para decirme algo parecido a: "un pedazo de moto, papá, pero no suena nada comparada con mi Adventure, y eso me mata porque el sonido es parte de las sensaciones que te traslada una moto". Y luego me tocó a mí. Y a mi mujer, claro. Que para eso la moto es algo que compartimos cuando tenemos ocasión.
Primero me fui a dar una vuelta cortita con ella por ciudad y luego la dejé en casa para salir unos kilómetros a carretera. Y ahí empezaron los problemas, porque mi mujer encontró que el asidero del pasajero hace daño en las manos dado que las dos piezas que lo componen no hacen un contacto perfecto entre ellas, y añadió que el ruido era muy feo. No lo bastante grave, en principio, como para contrapesar. la sensación descomunal que me trasladó en carretera el motor con su distribución variable y su gestión electrónica: pones aquello en modo "Pro", y la aceleración es devastadora. No sé qué diferencia tenga, crono en mano, con mi 1200 de 110 caballos, pero los 136 de que presume la 1250. se sienten poderosos bajo tu trasero, y deberían distanciarlas bastante.
Por eso te vuelves a casa cargándote de razones y pensando en que es un cambio razonable. Y llevas tu moto a lavar para hacerle fotos y ponerla en venta.
Con lo que, no sólo te das cuenta de lo cuidada que está, sino que también saboreas la sensación de sus falsas explosiones en el escape al cortar gas, o el ronroneo profundo que tiene en los semáforos al ralentí. Y te acuerdas de tu hijo y su comentario de que en una moto son muy importantes las sensaciones que te traslada.
Llegas a casa un poco menos convencido del cambio y al quitar la llave miras el cuentakilómetros, que marca 30.000. Le quitas un cero y concluyes que llevas el vergonzoso promedio de 3.000 kilómetros al año. Ni 10 al día le has hecho a la pobre moto. Y piensas ... ¿de verdad merece la pena meterse en un cambio para el uso que le doy? Así que aprovechas que es Julio y tenías el viernes despejado, reservas en el Parador de Gredos, y te llevas a tu mujer, que no montaba en moto desde que empezó la puñetera pandemia.
Y no sé deciros en qué kilómetro exacto del recorrido pintoresco que me proporcionó el Garmin hasta llegar allí, pero antes de alcanzar el Parador, la GS1200 se había ganado la permanencia en casa. Sigue siendo la moto total. Capaz de moverte a un ritmo muy alto en autovía si lo necesitas, convertirse un minuto después en un prodigio de suavidad ajustando la suspensión mientras pasas de una general a una comarcal, y de darte ratos inolvidables si la ruta se vuelve ratonera. Cómoda para mi mujer, divertida para el piloto, y dándome una sensación de ligereza, precisión y control que no tuve jamás con una moto tan grande. No sé si algún día llegará a mi garaje su reemplazo, pero la 1200 se ha ganado un sitio permanente en mi vida. Dios quiera que la disfrutemos muchos años.