sábado, octubre 19, 2019
¡Quiero jugar el partido!
Quizá la consecuencia más pequeña de la semana terrible que se está viviendo en Cataluña es la suspensión del partido Barcelona - Real Madrid, solicitada por la Liga de Fútbol Profesional, que ve riesgos para la seguridad. Y puede que tengan razón, pero yo quiero jugar el partido.
Aunque no el de fútbol, sino el de verdad: el de la independencia de Cataluña. El partido en que llevamos enredados demasiado tiempo y que está pudriendo demasiadas cosas como para seguir retrasándolo mucho más.
No soy catalán. Y, mucho menos, neutral. Pero tengo muchísimos amigos catalanes de todo signo, y sé a lo que me arriesgo por escribir este comentario. Pero ya me da igual. O cada uno de los que amamos nuestro país pone lo que esté en sus manos por traer un poco de cordura, o esto puede terminar tan mal como tantos otros episodios anteriores, porque el miedo y el odio son estados del alma que mueven al ser humano en direcciones imprevisibles.
Si soy algo en política, soy liberal. De aquellos que no piensan que las fronteras estén pintadas en los libros sagrados de ninguna religión, sino que son el producto del lento transcurrir de la historia, y como tal, sujetas permanentemente al cambio. Por tanto, no me escandaliza que nadie desee separar un trozo de territorio de otro, ni tampoco que otros quieran hacer lo contrario y disolver su país dentro de la Europa con que soñamos muchos. Y como demócrata, creo que toda opinión es respetable, y que quienes piensan diferente a mi tienen tanto derecho como yo a expresar en libertado su opinión. Todos, por igual.
Pero, también como demócrata, tengo claro que la ley es el único pilar que elimina el riesgo de que perdamos nuestras libertades, como tantas veces hemos visto a lo largo de la historia. Por eso me asombra escuchar de amigos honestos opiniones como la que me dieron ayer diciendo que los últimos que habían “intentado mediar” eran “los Jordis”, y que los habían metido en la cárcel por subirse en el techo de un coche de la Guardia Civil. La afirmación me da la medida de lo peligrosa que puede llegar a ser la mezcla de la bondad con la manipulación informativa.
Porque nadie en España ha ido a la cárcel por subirse al techo de un coche, sino por haber cometido delitos graves que están perfectamente recogidos en el código penal de un país democrático y libre, cuyos jueces tienen la sana costumbre de enviar a prisión a quienes vulneren la ley, con perfecta independencia de que sean cuñados del Rey, miembros de algún partido político, o incluso miembros corruptos de la propia judicatura. La aplicación imparcial de las leyes que el parlamento aprobó y nos vinculan a todos, es la última garantía que tenemos frente al poder político, tan tendente siempre a la arbitrariedad y tan móvil en sus intereses, siempre ligados al cortoplacismo de los procesos electorales.
Así que, antes de explicar por qué y cómo quiero jugar el partido, me detengo mínimamente en la condena de “los Jordis”. Que se produce no por usar un megáfono, sino -entre otras cosas- por convocar y controlar a una multitud que intentaba impedir una legítima actuación judicial por presunta malversación de fondos. Porque desde dentro de la administración catalana se estaba usando el dinero de todos para conseguir los fines de -en el mejor de los casos- la mitad de la población de Cataluña, y en oposición a la otra mitad. Por eso están en la cárcel y no por derrochar bondad, por más pena que pudieran darme como humanos que sufren las consecuencias de su acción.
Pero sigo con el fondo de la cuestión, que es la de jugar de una vez el partido de la independencia de Cataluña. Que es legalmente defendible, y puede ser conseguida desde dentro de la ley. Para hacerlo con plenas garantías de los derechos de las partes involucradas (que son no sólo los catalanes independentistas o constitucionalistas, sino también el resto de los españoles) hay que conseguir que se convoque y gane un referéndum entre todo el pueblo español, momento en que Cataluña podría separarse de España, salir de la Unión Europea y comenzar su andadura en solitario por la historia.
Seguro que eso llevará algún tiempo. Mucho más que un fin de semana o dos de coches quemados y contenedores volcados. Pero entiendo que cualquier persona sensata estará de acuerdo en que el fin es tan absolutamente transcendente y tan difícilmente reversible, que vale la pena jugar el partido con todas las garantías. No en un campo cuyas líneas pinte el entrenador de uno de los dos equipos, que además ejerce de árbitro.
La primera línea que quiero pintar en el campo es la de trabajar desde la verdad, que es lo contrario de lo que se hace ahora. Cuarenta años de mentiras han hecho asimilar -como verídicas- falsedades del tipo de “el catalán estuvo perseguido hasta la llegada de la democracia”, cuando basta mirar las hemerotecas para comprobar que durante todo el siglo pasado se entregaban premios literarios en lengua catalana con absoluta normalidad(1). Y tal vez estén a punto de intentarnos hacer pensar que Cervantes era catalán(2). Así que la primera gran reforma sería la de hacer ver una primera gran verdad a todos los catalanes: que en el resto de España nadie les odia, sino que sufrimos viendo lo que están teniendo que vivir todos los catalanes, a manos de una minoría violenta estos últimos días … pero que también nos preocupa lo que sufre cada día la mitad de los catalanes que se sienten constitucionalistas y sufren por ser tratados como ciudadanos de segunda por la otra mitad.
La segunda línea que quiero para mi campo de juego es que los medios de comunicación públicos sean realmente plurales y no se conviertan en altavoces de una sola de las dos mitades de Cataluña. Cuando ha sido así, se producen resultados mucho más ajustados a la verdad(3). Y creo que cualquier persona razonable -que hay muchas en las dos mitades- deseará que sus conciudadanos puedan tomar decisiones tan serias como las de separarse de España con la información más limpia y libre que sea posible ofrecerles.
La tercera línea que quiero para este partido es que vuelva a Cataluña la libertad para la formación. Porque hoy, un ciudadano de Albacete, Córdoba, León o Madrid puede decidir si desea que su hijo se eduque en inglés, alemán, francés o español. Pero en Cataluña no. Y la pregunta es sencilla: ¿esto hace más libres a todos los catalanes? ¿O sólo se trata de que la mitad de la población imponga sus creencias a la otra mitad? Si una mitad ha obtenido el derecho a que sus hijos se formen en catalán, ¿les es tan necesario forzar al resto a que hagan lo mismo? ¿es eso democracia, o es construir una mentalidad sin disidencias para un futuro donde todos piensen igual?
Con esas tres simples líneas, solo necesitamos tiempo y un balón. Y ese partido lo vamos a ganar. Porque si algo enseña la historia, es que España es muchísimo más que la suma de sus partes, por importante que cada una de ellas pueda llegar a ser. Que los españoles de hoy nos emocionamos en la Sagrada Familia igual que disfrutamos de un paseo por la Mezquita de Córdoba, de unos “pintxos” en San Sebastián, o del jamón extremeño. Que juntos hemos hecho cosas increíbles, y las seguiremos haciendo. Incluido superar una situación que -estoy seguro- la inmensa mayoría de catalanes no desea.
¿Alguien tiene una brocha? Tenemos que pintar el campo donde empezar a hablar. Como lo que somos: un pueblo viejo, que no se merece lo que nos están haciendo unos políticos insensatos, y que no necesita reproches cruzados sino un proyecto que ilusione a todos.
(1) Listado de las casi 5.000 entradas de “La Vanguardia” sobre premios literarios en catalán desde 1.881 a 1.975
(2) Conferencia de Victor Cucurull, del “Institut Nova Història”.
(3) Debate entre Oriol Junqueras y Josep Borrell en torno al conocido “España nos roba”.
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