El Jueves 29 a las 8 de la noche era el funeral de Juande. Y cuando miré el calendario resultó que ése día sólo tenía una clase por la mañana a primera hora, y un viernes donde las cosas pendientes se podían resolver por teléfono y con un ordenador. Así que pensé que, por una vez, iba a poder estar en Córdoba un día entre semana. Y ya puestos, que no podía hacerle mejor homenaje que hacer el viaje en moto.
Así que agarré el Tomtom, puse un par de pasos intermedios en la ruta entre Madrid y Córdoba para forzar al invento a no llevarme por autovía, y a las 11 de la mañana estaba con la GS 1200 camino de mi tierra por un recorrido que probablemente no sea el mejor de los posibles, pero que me permitió dedicar algo más de cuatro horas a pensar en mi amigo y desearle de corazón un reposo tan bueno como merece una persona como él.
No hice muchas fotos porque tenía la cabeza en otro lado, pero en algún punto del recorrido no pude evitar pararme para saborear el paisaje con un mínimo de calma. Absurdamente no lo hice en el Parque Nacional de Cabañeros, donde la CM 403 es un espectáculo de buen asfalto y curvas bien trazadas donde la moto se levanta y se deja caer dulcemente y sin esfuerzo alguno por parte del piloto. Pero sí me detuve en Fuencaliente, que marca el límite entre Castilla la Mancha y Córdoba, cerca de Conquista, sólo para ver qué bonitas se veían las nubes de final de Septiembre en el horizonte.
Y a la vuelta, tras haber dedicado un par de días a mi madre, escogí una ruta aún más extraña y de la que no guardo recorrido exacto porque improvisé sobre la marcha. No me preguntéis cómo, pero acabé con la moto parada junto al Guadiana, cerca de un lugar llamado Poblete, donde el paisaje merecía tanto la pena como podéis ver:
Un fin de semana cualquiera de un principio de otoño como el de cualquier otro año. Pero que te hace recordar que no estás aquí para siempre, y que más te vale aprovechar el tiempo que Dios tenga previsto dejarte, dándole gracias por haber puesto a tu disposición un mundo como el que tenemos a mano y frecuentemente olvidamos.
Aunque la razón del viaje era una desgracia, sirvió para un doble propósito: presentar tus respetos hacia una buena persona y de paso meditar y disfrutar de lo que tenemos. Inexplicablemente no las hacemos con frecuencia, así de melones somos.
ResponderEliminarSe me hace raro ver una BMW en esas fotos en lugar de una preciosa Impala.
Hay muchos modos de rezar. Y hacerlo con un manillar en la mano y los sentidos abiertos no creo que sea el peor de ellos, aunque supongo que alguna gente puede que no lo entienda nunca. En mi caso, pocos modos mejores de estar en comunión con la vida, y con lo que quiera que sea que la haya creado.
EliminarLo de la BMW tiene dos justificaciones: la primera, el tiempo y el equipaje, que en la Impala hubiera ido demasiado justos; la segunda, que en el fondo las dos son casi lo mismo: motos fiables, cómodas para viajar y que te hacen olvidar todo lo que no sea el viaje.
Alguien dijo que la vida es una suma de momentos. Cuantos mas buenos momentos podamos disfrutar mas felices seremos. Yo creo que ese pequeño viaje que has realizado es uno de esos buenos momentos de los que nos debemos proveer, aunque en este caso lo motivara un hecho triste.
ResponderEliminarUves
No puedo estar más de acuerdo, caballero. Cargar el karma de energía positiva es más sencillo cuando uno dispone del tiempo para momentos así. Aunque creo que, en realidad, cualquier momento puede ser convertido en buen momento si sabemos gestionarlo bien ... lo que implica saber vivir el presente, que es de las cosas más complicadas en la vida.
Eliminar¡Gracias!