Poco que contar sobre Cabrianes 2.008. Tanto tiempo esperándola y se me quedó un poco en la crónica de una desilusión.
Claro que, para un andaluz, eso de empezar por la decimotercera edición, dormir en un hotel que está en el número 13 de una calle, y que nos dieran los dorsales 133 y 132 empieza a tener mala pinta. Y eso que yo no soy supersticioso. Sobre todo, porque trae muy mala suerte.
Pero el caso es que ésos fueron los puntos de partida, sumados sobre todo a un brazo derecho que ya quince días antes me había dado algo de lata ... en las pocas zonas que hicimos en la Montesa-da.
Cabrianes fue su consagración. Epicondilitis lo llamó el médico al llegar a Madrid. Y los síntomas son sencillísimos: si ves que quieres llevar una 349 a una subida a derechas, pero el manillar de la moto toma vida propia y decide poner proa al cortado de la izquierda, es posible que tu mano ya no sea capaz de hacer lo que se debe hacer sobre una moto de trial. Esencialmente, tener control.
Curiosamente, tal circunstancia se me dio en adivinen ustedes qué zona de la decimotercera edición de Cabrianes. Mil quinientos kilómetros en dos días para dejar sin acabar una carrera tan bonita como esta, sólo tienen una salida: prometerse a uno mismo que el año que viene será la decimocuarta, y que eso suena mejor que lo de este año.
Pero si fue una faena lo mío, peor es el caso de Manolo Castrillo. Yo estoy fuera de forma, pero Manolo es una fuerza de la naturaleza ... que se retiró en la zona cuatro del segundo día con síntomas parecidos a los míos. No creo que se deba a haber conducido el día anterior una moto mucho menos llevadera que su habitual Sherpa 250, pero el caso es que de los tres amigos que salimos juntos el sábado por la mañana sólo José María terminó.
Terminó feliz, además. Con lo que creo que tengo compañía cuando vuelva en 2.009 a saldar mi cuenta personal con la carrera.
:-)
jueves, noviembre 27, 2008
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