viernes, junio 20, 2025

La historia de nunca acabar (II): Preparando el taller nuevo.

Como podéis imaginar, antes del traslado tocó complicarse la vida pensando en cómo hacer con el taller nuevo. Y creo que sólo los que hayáis partido de un papel en blanco (que no era el del presupuesto, sino el del diseño) os podéis hacer una idea de lo complicado que es empezar a imaginar algo tan complejo. Y eso, sin contar con las peculiaridades que tenía la parcela, cuya forma añadía complejidad, por no ser regular, tener una entrada muy alargada y algunas cuestiones más.

Pero como Dios protege a los imbéciles, tuvo a bien poner en mi camino al bueno de Fernando Piris. Que no sólo es un amigo de verdad, un enamorado de las motos viejas, y un ex piloto de trial y enduro ... sino también un arquitecto fuera de serie. Sin su ayuda, todo habría sido para cortarse las venas. Pero tenerlo "a vuelta de teléfono" cada vez que lo necesité, fue un lujo absoluto. Con el mérito añadido de que una buena parte de la obra se desarrolló durante el mes de Agosto. Millón de gracias, Piris.

Así que para no aburriros mucho, haré un recorrido cronológico por lo que fue aquello, omitiendo la fase de generar los planos, que eso queda como secreto de sumario entre Fernando y yo.

Primera idea: el solar era alargado y estaba hecho un auténtico desastre. Pero tenía algunos muros antiguos que se podían aprovechar para hacerlo todo algo más barato. De tal manera que empezamos con hacer las zanjas para preparar la cimentación.



Trasto, como siempre, estuvo inspeccionando el correcto desarrollo de los acontecimientos. Siempre preocupado, porque aquello parecía muy peligroso.

A partir de ahí montamos la plataforma y los primeros ladrillos que permiten hacerse una idea de cómo iban a quedar las paredes.



Ya ahí tienes una primera idea de cómo van a ir quedando las cosas ... y mucho menos presupuesto que al principio. Pero cuando de verdad te lo vas creyendo es cuando das los primeros pasos para techar.



En la última foto, parece como si el animal supiera dónde iba a ir la puerta de entrada, que es el sitio donde pasa media vida ahora cuando me acompaña. Como buen perro pastor, siempre pendiente de por dónde pueda llegar el peligro para su rebaño.

Una de las primeras alegrías serias fue comprobar cómo el tejado elegido era una maravilla en términos de luminosidad interior. Tened en cuenta que es una nave, con una sola puerta grande entrada y dos pequeñas ventanas para poder ventilar, y para mi tener claridad sin luz eléctrica era esencial. Consecuencias de vivir en un ático y haber pasado la juventud en un chalet: o tienes luz, o te mueres de pena.



A estas alturas del partido ya teníamos incluso puerta. Aunque el camino de entrada seguía siendo una polvareda constante, que había que solucionar. Más hormigón y menos presupuesto. Pero nos permitió pintar, que era un paso fundamental.



También pusimos durante esos días el suelo interior, acabando con epoxi la parte del taller. Me hubiera gustado darlo a toda la superficie, pero estábamos ya más tiesos que una mojama, que dicen en Cádiz. Así que sobre el suelo empezamos con las instalaciones de agua, aire comprimido, electricidad y demás follones. Que todavía estábamos de prestado con la luz y el agua del vecino. 


A partir de ahí fue cuando ya empezamos a poder trasladar motos y complicarnos la vida con cómo distribuir el lío de cosas que os enseñaba en la entrada anterior del blog ... y empezamos también a encontrarnos con cosas que no se pensaron bien desde el primer momento y requirieron ajustes, repensadas o rectificaciones. Bastantes cosas en realidad. Como la idiotez de no poner agua caliente en el taller pero sí en el baño (que queda en la otra punta de la nave, con lo que hubo que meter un segundo termo pequeño como veis en la foto bajo el fregadero). Pero supongo que es inevitable equivocarse cuando tienes mucha libertad, un presupuesto limitado, y poca idea de cómo terminarás por usar las cosas.

En la siguiente entrada os cuento por dónde siguió la cosa. Gracias por la compañía.

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Como diría Juan Ramón Jiménez, mi troll es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva huesos.

Probablemente no tiene huesos y por eso insulta bajo seudónimo. Pero además de cobarde es tan coñazo que he decidido que sólo me moleste a mi. De tal modo que a partir de ahora me quedo con la exclusiva de leer sus bobadas. Disculpadme el resto que os haga pasar por la "moderación" de vuestros comentarios.